—Mhm. Aunque si de «castigos inusuales» se trata, podríamos hacer otras cosas...

Había detenido su dedo justo al final de la columna, antes de ir más allá: bajándolo con tal lentitud como si quisiera crear expectativa en la rubia. Pero antes de agacharse para recobrar el tarro, viró la mano, apoyando la totalidad de su palma en la piel ajena para deshacer el camino; esta vez acariciando con descaro, y hasta llegar a la nuca ajena; lugar donde hundió los dedos antes de separarse.

Acto seguido, se inclinó para buscar la mermelada. Abrió el frasco, y tomó un poco de ésta con el índice y medio; pero, en vez de untarla en la piel de Bee, la llevó a su boca, jugando un poco al untarla en los labios, desde atrás, mientras le hablaba. –Catorce... Quizá quince. ¿Cuántas veces más quieres pecar hoy, hm?