Alzó una ceja. Estaba acostumbrado a las mujeres atrevidas, pero la rubia logró sorprenderlo... Particularmente por llevar mermelada a todas partes, ¿quién hacía eso?

Pero tampoco podría quejarse; después de todo, él solito se metió en ese embrollo.

—Digamos que suelo impartir la palabra del Señor en formas inusuales. —Bromeó, antes de acercarse a la inusual jovencita para recorrerle la espalda con un dedo. —Entonces... ¿Mermelada en la espalda y azotes... Más abajo? —Dijo, incapaz de desperdiciar una oportunidad como aquella... Aunque algo le decía que las cosas no saldrían tal y como las esperaba-