—Haré lo posible; pero no prometo nada. Tener tus senos pegados a mi espalda no ayuda mucho...

Pero, por más que protestara, ya se había girado para ver de frente a la chica y tomarla en brazos. No le costó el menor trabajo; su supuesta labor como religioso nunca fue un pretexto para hacerlo abandonar el cultivo de su físico, cosa que seguramente Himeko terminaría disfrutando en grado sumo. Así, llevándola en vilo, se dispuso a abandonar la playa, con tan importante carga en brazos; yendo en busca del lugar prometido, donde seguramente los cielos se escandalizarían de los actos réprobos con los que pasarían el resto de la noche en brazos del otro.

— Si eres útil, sigues su información que ni siquiera confirman si es real. —Soltó con burla. Recordaba que justamente esa era la razón por la que ambos se conocían y no dudaba que en el historial del padrecito existieran más casos de esa índole. Movió ligeramente la cabeza, no era momento de pensar en esas cosas, no cuando lo tenía así de cerca.— Sabes que conmigo no debes contenerte en lo más mínimo, aunque en este caso, hasta que lleguemos a las bancas, detesto estar llena de arena. —Hizo un mohín y acabó resoplando, el frío comenzaba a calar en sus ropas bien mojadas.— Si me llevas en brazos no solo me inclinaré, incluso te podría rezar de rodillas. —Agregó con diversión y buscando aprovecharse.

Esta vez sí que rió, divertido de saber que Himeko aún no estuviera enterada de cuánto sabían sus jefes sobre las actividades del varón. —Dudo que lo crean, pero procuro ser lo suficientemente útil como para que les duela perderme. —Dijo, una vez calmarse, sin poder evitar concentrarse en el peso de los senos sobre su espalda, que traía a su mente la idea de cómo sería sentirlos al desnudo; cosa que lo motivó a responder, ante la propuesta de la muchacha: —Si por mí fuera, lo haría aquí mismo... Espero que te hagas cargo de lo que estás provocando; que estoy a un paso de no responder por mis actos. Vayamos a la iglesia, que es el lugar más cercano. —Hizo una pausa, antes de añadir en un susurro cómplice: —Me encanta cómo te ves inclinada sobre el púlpito.

— Tampoco lo pagaría, que lo hagan los raritos de tus jefes, que creen en el celibato y esas cosas, y peor aún, creen que tú lo cumples. —Las palabras salieron cargadas de sorna, ella era la prueba de todo lo que no seguía. Usó un poco más de fuerza en el abrazo, para que pudiera sentir todas sus curvas.— Entonces me pondré muy cerca, vamos a secarte o tal vez mojarte más, lo que suceda primero. —Se mordió el labio, con suavidad y había cierta travesura adornando sus facciones.— ¿Vamos a desacralizar más tu iglesia o a mi departamento? Aunque si tienes otro lugar, soy toda oídos.

Soltó una breve risita entre dientes. ¿Himeko siendo así de sincera? Esa sí que fue una sorpresa; pero tampoco podría decir que le desagradaba. —Por supuesto. Por eso jamás te he cobrado algo de lo que rompes, cariño. —Bromeó, aunque se apresuró a añadir: —Claro que disfruto de tenerte cerca. Entre más cerca, mejor. —Observación que acompañó de una media sonrisa, una que ella conocería bien: la que solía dibujar cuando ella quería tentarlo, y él aceptaba el reto sin dudar.

— Estás en mi lista de personas favoritas, con quienes no me aburro. —Confesó de forma descarada y se encogió de hombros sin soltarlo. No era alguien que ocultara lo que deseaba o lo que le desagradaba, pero con Richard ser así de sincera era especialmente divertido.— Solo tengo un pero, los destrozos suelen ser cosa de los dos, porque también disfrutas de mi presencia, ¿o me equivoco? —Se movió ligeramente para quedar de lado y poder mirar la expresión en el rostro del hombre.

Puso la mirada en blanco, sin tragarse aquel teatro ni por un segundo; la conocía demasiado bien como para ello... Aunque debía admitir que eso era parte de las cosas que lo divertían y le agradaban de la chica. Por ello, no se apartó al sentirla apegarse a él; sino que, acariciándole distraídamente una de las manos, aceptó el contacto mientras le respondía. —¿Lo es? Muero por saber en qué te beneficia mi presencia. Además de proveerte con vino de consagrar y cosas que destrozar, claro.

— ¿Cuando he hecho algo por interés? Parece que no me conoces. —Se llevó el dorso de la mano a la frente de una forma bastante dramática antes de acercarse y abrazarlo por la espalda sin importar si se mojaba también.— Tenerte cerca también es un beneficio para mí.

—Por supuesto, porque tú siempre eres desinteresada, ¿verdad? Pero tomaré tu oferta... Seguramente lograrás reconfortarme, quizá un poco más.

— Ah pobrecito ¿Te hago una sopita para que no te enfermes? Aunque también podríamos compartir calor corporal para ayudarte. Soy una buena samaritana.