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R1581860 · M
—Animales, cariño; pero aún así, juguetes perfectos y entretenidos. ¿No es así?

Como siempre, su cinismo no tenía igual. Anna siempre causaba ese efecto en él: franqueza, descaro, y un deseo tan enorme que a duras penas lograba contenerlo; aunque solía manifestarlo de manera tan velada, hasta con elegancia, que el coqueteo ya había pasado a ser un requerimiento entre ellos, llegasen o no al lecho.

—Tal y como tu señor lo quiso. —Dijo, sin inmutarse ante la advertencia; y disfrutando a plenitud de la cercanía de esa figura enloquecedora, tan apegada a su brazo; por lo que podía sentir sin problemas la suavidad de las curvas de Anna, las que jamás fallaban en despertar sus deseos. —Es un sádico, ¿no es así? Dotarnos de deseos, y prohibirnos ejercernos... Toda una tentación; como tú lo eres.

Para ese momento ya había levantado el cuello, permitiendo que la muchacha se ocupase de su ropa en un gesto que, irónicamente, la mayor parte del tiempo los llevaba a la desnudez.
 
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