No era nada tonta, cada vez que salía a colación algún detalle sobre su pasado, notaba como desviaba la conversación y casi que le daba la razón. Estaba rota, jodidamente rota, pero no se iba a poner a llorar cual Magdalena por hablar una o dos cosas sobre eso.— Aunque con gusto te ayudo a mantener el tuyo con bastante cardio, soy una persona muy generosa. —Asintió para si misma, incluso los párpados cubrieron sus ojos pero no duró demasiado antes de tener que protestar por el tirón en su mejilla.— Estoy segura que ese cambio de mobiliario lo va a costear el vaticano y no tú. —Tuvo razón al ir donde el padre a pasar el tiempo, era imposible aburrirse en su presencia, lo mejor, es que podía aparecer y desaparecer sin necesidad de dar explicaciones.