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đ‘ș𝒐𝒎𝒆𝒕𝒊𝒎𝒆𝒔 𝒉𝒆 𝒅𝒐𝒆𝒔 𝒍𝒐𝒐𝒌 𝒍𝒊𝒌𝒆 𝒂 𝒑𝒓𝒊𝒆𝒔𝒕.
 
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—SĂ­, sĂ­. Lo que digas. —Dijo con sorna, sin girarse siquiera, mientras se dirigĂ­a al pequeño almacĂ©n de la iglesia para procurarse un par de botellas. SabĂ­a que podĂ­a ser una enorme imprudencia dejar a Himeko a solas; pero si ella hacĂ­a algo, serĂ­a su pequeña venganza: pues en ese momento estaba en una suerte de «arresto domiciliario», de ahĂ­ que la chica lo hubiese podido encontrar en la parroquia, cuando se supone que deberĂ­a estar de servicio. —Que lo queme todo, si quiere. —Dijo para sĂ­ mismo, mientras recogĂ­a el vino y se lo llevaba de vuelta a donde la chica lo esperaba, dispuesto a cobrarse las facturas de una forma bastante mĂĄs directa.
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— ÂżQuĂ©? Unos desgraciados, yo que pensaba sacarte parte de la ganancia que pudiste hacer por eso, no hago nada de gratis. —Refunfuñó. Era mitad mentira, mitad verdad. Si le gustaba la idea de recibir parte de la recompensa porque los golpes no fueron demasiado agradables, pero ahora tenĂ­a a alguien mĂĄs en la lista de personas que merecĂ­an conservar la cabeza porque se encargaban de divertirla.— Ves, despuĂ©s no te quejes de que no te quiero ayudar a hacer ejercicio. AdemĂĄs, ni que verte sudando fuera tan bueno. —Dijo al verlo moverse, pero ella se quedĂł en el lugar, cualquier persona con sentido comĂșn sabĂ­a que no era buena idea dejarla sin supervision en un sitio donde existieran cosas que se podĂ­an romper o que fueran importantes y ella no iba desaprovechar esa oportunidad.
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—¿Verdad que sĂ­? Son unos inĂștiles. Ni siquiera me pagaron por ese trabajo. —Se lamentĂł con gesto teatral, a sabiendas de que la chica se referĂ­a justo a ella misma y a la curiosa manera en que se conocieron. Y, aunque la conversaciĂłn iba por el rumbo que Ă©l querĂ­a, tampoco le sorprendiĂł que Himeko encontrara la forma de salirse por la tangente; no esperaba menos de ella, comenzaba a conocerla bastante bien. —No, gracias. Puedo hacer ejercicio por mi cuenta, y no quiero que me oigas gruñir y quejarme como no sea porque te estoy montando. —Dijo, con toda franqueza, antes de ponerse de pie y salir en busca del vino de consagrar; a sabiendas de que Himeko podrĂ­a seguirle o no, pero muy probablemente no se irĂ­a.
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— Te dan encargos de falsos demonios que terminas temiendo en tu iglesia y quitando lo sacro al lugar, si, la verdad es que merecen cargar con los gastos de lo que hagas. —La verdad no le importaba destrozar aquel lugar, no si era como una consecuencia a su diversiĂłn. Al final, los muebles los iban a reponer y no saldrĂ­an de su bolsillo, lo que volvĂ­a el asunto aĂșn mejor.— Bueno, te sujeto los pies mientras haces algunas abdominales, es una excelente ayuda a mi parecer. —Y como siempre desviando el tema a lo primero que se le ocurrĂ­a con tal de no darle el gusto y de cierta forma vengarse por su mejilla.— Pero eres mĂĄs bonito que un dildo, al menos haces sonidos y caras interesantes.
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—¡Pero claro! DespuĂ©s de todo lo que hago por ellos, es lo menos que pueden hacer. —Su trabajo era apreciado, por supuesto; pero se guardĂł de decir que sus facturas de «gastos y viĂĄticos» eran elevadas, y que no le importaba destrozar el amueblado de la iglesia y sacristĂ­a porque sencillamente no vivĂ­a ahĂ­; Himeko aĂșn no habĂ­a llegado a conocer su apartamento. —AsĂ­ que, Âżpor quĂ© no me ayudas a ejercitarme, como dices? SerĂĄ tu penitencia por venir, burlarte de mĂ­, y tratarme como un objeto sexual. —Por fin le dejĂł la mejilla en paz, mientras se acomodaba mejor en su asiento; siempre con esa enojosa, segura sonrisita en el rostro.
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No era nada tonta, cada vez que salĂ­a a colaciĂłn algĂșn detalle sobre su pasado, notaba como desviaba la conversaciĂłn y casi que le daba la razĂłn. Estaba rota, jodidamente rota, pero no se iba a poner a llorar cual Magdalena por hablar una o dos cosas sobre eso.— Aunque con gusto te ayudo a mantener el tuyo con bastante cardio, soy una persona muy generosa. —AsintiĂł para si misma, incluso los pĂĄrpados cubrieron sus ojos pero no durĂł demasiado antes de tener que protestar por el tirĂłn en su mejilla.— Estoy segura que ese cambio de mobiliario lo va a costear el vaticano y no tĂș. —Tuvo razĂłn al ir donde el padre a pasar el tiempo, era imposible aburrirse en su presencia, lo mejor, es que podĂ­a aparecer y desaparecer sin necesidad de dar explicaciones.
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—... Tienes un punto.

Tampoco le incomodaba hablar de aquellos temas: solo le tenĂ­a cierta consideraciĂłn a la muchacha,a pesar de que no le costaba trabajo bromear con ella e incluso llegar a ser sarcĂĄstico a la par de pĂ­caro. Por ello concediĂł ante tal razonamiento, prefiriendo ahondar en lo segundo y, de paso, convertir los piquetes en un leve tirĂłn de mejillas. Raro que hablaran tan naturalmente de romper una silla haciendo el amor mientras la trataba como a una hermana menor; pero asĂ­ era su relaciĂłn con ella, llena de matices. —Primero la silla, despuĂ©s la cama. Me parece perfecto: ya necesitaba una excusa para cambiar de mobiliario. —Tuvo que erguirse de su pose anterior para poder alcanzar el rostro de Himeko, pero no le importĂł: tenerla de visita siempre resultaba entretenido para Ă©l... AdemĂĄs de que romper muebles era algo que definitivamente podrĂ­a suceder cuando ambos se juntaban.
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— El mĂ­o lo conseguĂ­ a base de mi salud mental Âżque mĂĄs mĂ©rito que eso? —No le era tan difĂ­cil hablar de su pasado, al menos no en forma poco seria, si se ponĂ­a a profundizar demasiado si lograba afectarla pero bromear de esa forma era hasta una forma de superarlo, en cierta medida. FarfullĂł, por lo bajo, estaba entretenida picandole el abdomen y de pronto ya no lo podĂ­a hacer, era una injusticia no permitirle manosearlo a gusto, incluso inflĂł las mejillas.— QuĂ© tradicional, si esa silla se ve cĂłmoda y bastante resistente. Ya despuĂ©s si logras que la rompamos, podemos ir a la cama. —Con la mano que todavĂ­a era libre, volviĂł a su tarea de molestarlo, porque no se iba a dejar vencer.
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SoltĂł una leve risita, puesto que los piquetes de Himeko lo tomaron por sorpresa; tan distraĂ­do se encontraba contemplando el cielorraso pero, sobre todo, inmerso en sus pensamientos. Ella era una de las pocas personas capaces de ponerlo asĂ­: ella y sus orĂ­genes, sus tragedias. Se revolviĂł un poco, sonriendo, antes de apartar la mano de la chica al tomarla por la muñeca; sin hacerle daño ni mostrarse brusco, claro estĂĄ. —Bueno, pero en ese caso mi precioso cuerpecito tiene mĂĄs mĂ©rito: todo lo he conseguido a base de esfuerzo. —Dijo, mientras aĂșn le sostenĂ­a el brazo y le devolvĂ­a los toques con unos de su Ă­ndice a la mejilla ajena. —Me alegra que sepas lo que te espera. ÂżDeberĂ­a ir preparando la cama?
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— Si tengo en cuenta como eres, tampoco serĂ­a algo raro que quisieras patearlo. —LevantĂł una ceja, como si no se terminara de creer esa frase, casi podĂ­a apostar que las dos cosas podĂ­an entrar en el repertorio de gustos del hombre. AcabĂł por cruzarse de brazos y poner una expresiĂłn pensativa, dejando que varias respuestas ingeniosas bailaran en su mente, pero siempre se iba a decantar por aquellas donde pudiera tocar el orgullo de Richard.— En ese sentido no puedes, porque yo serĂ­a la que pateara el tuyo, pero lo otro parece una buena lista, aunque es mejor mi genĂ©tica que me permite hacer lo que me dĂ© la gana sin que cambie mi cuerpo. —Se encogiĂł de hombros, como si el comentario fuera algo humilde y aprovechando que este miraba al techo, deshizo el cruce de brazos para picarle los abdominales con la mano izquierda.— Ni dormir y mucho menos descansar contigo cerca.

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