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La zona estaba tranquila. Hacía rato que había anochecido y todos habían vuelto a sus casas para descansar hasta el día siguiente.

Sin embargo, y como en todas partes, había lugares que no dormían. Uno de ellos era una taberna en Kattegat que bullía de agitación. El cantinero servía más y más jarras de cerveza mientras los clientes bebían y vociferaban sus orgullosas aventuras. Evidentemente, los hombres que debían trabajar no se hallaban allí. Por tanto, el sitio estaba repleto de rufianes, gente sin ocupación clara y aventureros de todas las calañas. Sencillamente, ellos eran...
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R1577565 · 22-25, F
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—Algo de cenar –pidió al encargado de barra, dejando un par de monedas al frente como paga.

No obstante, los rugidos y los bullicios destacaron en la multitud a un hombre de semblante rudo que no paraba de reír, bromear y alardear sobre sus hazañas. ¿Quién era?
R1577565 · 22-25, F
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—...vikingos –dijo Rayla para sí, con disgusto.

Ninguno de ellos vio a la elfa lunar encapuchada que los miraba desde la entrada del lugar. Ella suspiró, preparándose mentalmente, y entró, sin reparos.

Tan sólo entraría allí para pedir algo de cenar y esfumarse. Lo malo de zonas tan pobres de vegetación como las moras a las que ella estaba acostumbrada, era que debía detenerse en sitios como ese, donde pudiera saciarse para continuar con su largo viaje.

Rayla se sentó en la barra con el perfil bajo para evitar llamar la atención, pues se sabe que los elfos son protagonistas de encabezados sádicos y monstruosos que acaban con la vida de muchos habitantes de Kattegat a pesar de que nada de eso era cierto. Los elfos eran una raza tranquila y mal juzgada.

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