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R1569717 · M
el resto. Más allá de la gratitud, de la recién encontrada resolución que su compañera había hecho nacer en él, estaba la semilla de un amor sincero, abnegado; uno que solamente un hombre como Raijin podía albergar: quizá llano, pero profundo, y capaz de cualquier cosa por proteger a la mujer amada. Esa era Ahri, por supuesto; pero el zafio varón, quien solo conocía las caricias del acero, apenas y encontraba las palabras para expresarlo; prefiriendo, en vez de ello, demostrar lo que sentía con la aspereza de sus manos, y la franqueza de su mirar: las primeras atrapando las ajenas contra su pecho, y el segundo sirviendo como preámbulo a su grave voz, anunciando la gravedad de sus ideas antes de permitirse exponerlas.
—No tenías una razón para quedarte, pero lo hiciste; y en ti encontré mi salvación. Esos trozos que has recogido ahora te pertenecen; como yo lo hago también. Mi senda, la que habré de labrar con estas indignas manos, me llevará a ti.
—No tenías una razón para quedarte, pero lo hiciste; y en ti encontré mi salvación. Esos trozos que has recogido ahora te pertenecen; como yo lo hago también. Mi senda, la que habré de labrar con estas indignas manos, me llevará a ti.
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