La temperatura del ambiente era cálida a comparación de aquella en donde había permanecido oculto por siglos. El sol enmarcaba su rostro con dos franjas de luz diagonales, sobresaturando su vista. Los ojos que se encontraban debajo de unas pobladas cejas se entrecerraron para limitar la cantidad de luz recibida, en un intento de reconocer sus alrededores. Su importuna aparición fue en donde antes llamaba hogar, un precioso lago que rodeaba una isla, ahora un vago recuerdo de aquella época, la sequía de las tierras siendo el primer recordatorio de cuanto tiempo se ausentó de su pueblo.
Su resurgimiento había sido hacía un par de semanas antes, al sur de su preciada laguna. La vifa había prosperado, pero parecía que un mal les aquejaba a todos sus hijos. Cuatro Tezcatlipocas eran y según lo habían dicho las estrellas, él sería el primero. Armado con su macuahuitl, recorrió el trayecto hasta la que había sido morada de la deidad rival durante su mayor gloria. No era de extrañar que lo estuviera esperando en las orillas de aquel lago seco, con cara de pocos amigos.
