—Tienes en muy alta estima a los mortales —y aquella mirada por parte de la diosa correspondió, mas no era aquello con afán de confrontación. Era su manera particular de mostrar preocupación, y quizás parte del amargo sabor que los humanos le causaban. ¿Por qué negarse a los sacrificios? Era lo menos que merecían por sus afrentas, consideraba él.

Relajó también su semblante, tener la misma discusión con la que comunmente se enfrascaba con sus congéneres era infructuoso y cansino.

—No es necesario, ya hacen un buen trabajo destruyéndose entre sí. Sólo quiero asegurarme que no se lleven a otros de paso —por "otros", claramente, se refería a los seres de quienes era guardían. Ellos, claro, y Kukulkán, aunque lo último no iba a admitirlo abiertamente.