-La respuesta de la joven hizo sonreír con disimulada malicia. Cerró el libro de golpe, causando un ruido sordo y levantando mucho polvo, pero no reparó en él. Se puso de pie rápidamente y se acuclilló junto a ella, con esa sonrisa ladina.

—Creo que sé lo que tienes... y no es una enfermedad — Rio divertida, al tiempo que se sienta a su lado, acomodando la falda de su bello vestido sobre las piernas.

—Pero es aún peor que una. Es del corazón. Existen muchas maneras en que podrías librarte de este mal.—

Caster no se alarmó al escuchar tal petición, su umbral del miedo o el disgusto había sido ampliado desde su niñez pues había tenido que convivir con una infinidad de criaturas extrañas con dietas aún más extrañas. Negó con la cabeza mientras sonreía dulcemente y cruzó sus brazos por encima de su pecho.

— Solamente me sucede al pensar en él —confesó sin tapujos, suspirando ante la mención de Nevan—. Yo creía que me disgustaba su rostro, aún no confío en sus intenciones con mi ama, ni conmigo... Pero tuvimos una charla el otro día y me siento extraña desde entonces. ¿Me habrá hechizado? No es tan diestro con la magia pero... No tengo otra idea.

—Te digo, que no soy bien entendida en las enfermedades del cuerpo humano. Realmente no entiendo tus síntomas. —

Alyssa revisaba con atención un libro de medicina para humanos. Ella solo sabía una sola cosa que era necesaria: Dónde succionar(?) y realmente no entendía de dolores, achaques o fiebres.

—¿No será que necesitas comer? Puedo conseguirte un niño, la sangre de un infante es lo mejor —

¿Magia?, ¿encantamientos?, ¿maldiciones? Phyllis sabía con certeza cada una de esas artes, al derecho y al revés. Había ayudado en la aldea de Lúnisse a curar desde enfermedades terribles hasta corazones rotos. ¿Qué era entonces ese pinchazo en su interior cuando veía a su líder?, ¿cuándo había nacido tal taquicardia? Se sentía enferma, mareada... Tendría que consultarlo con sus libros más adelante o, presumía, acabaría muerta de alguna enfermedad extraña.