Se relamió los labios después del último trago y antes de rellenar por tercera vez el vaso de su ajena. De uno de los bolsillos internos de su chaleco de cuero extrajo una cajetilla de Marlboro Rojos. Le avergonzó su descortesía al no ofrecerle un cigarrillo a la mujer antes. Al agitar la cajetilla, dos puchos resaltaron del resto, tomó uno y se llevó el pitillo a la boca, pues él no podía pasar tanto rato sin fumar.

– Con lentes o sin ellos la mierda es del mismo color –no tardó en encender su cigarro. De por sí su voz era grave y rasposa, mientras fumaba se recordaba a sí mismo a los viejos cancerosos. Rió un poco, depositando la cajetilla y el encendedor al centro de la mesa para que ella tomara los que quisiera, cuando le apetecieran–. Y mi vista está muy jodida –abrió mucho los ojos por un momento, exhalando dos nubes de humo por la nariz–. Ya mismo te paso lo que te quería mostrar.