Sia no era mucho de fumar. Pero carajo que tomó lo que le ofreció por acompañarlo. Ojalá pudiera encenderlos como Wanda Maximoff, pero no. Así que esperó y tomó el encendedor. Lo encendió y dió una calada fuerte, dejó que el sabor se propagara, luego soltó.

— Entonces yo te aviso de qué color es, con eso de que yo si veo bien.

Bebió más whiskey, sin dejar el cigarro sobre el cenicero.

Se relamió los labios después del último trago y antes de rellenar por tercera vez el vaso de su ajena. De uno de los bolsillos internos de su chaleco de cuero extrajo una cajetilla de Marlboro Rojos. Le avergonzó su descortesía al no ofrecerle un cigarrillo a la mujer antes. Al agitar la cajetilla, dos puchos resaltaron del resto, tomó uno y se llevó el pitillo a la boca, pues él no podía pasar tanto rato sin fumar.

– Con lentes o sin ellos la mierda es del mismo color –no tardó en encender su cigarro. De por sí su voz era grave y rasposa, mientras fumaba se recordaba a sí mismo a los viejos cancerosos. Rió un poco, depositando la cajetilla y el encendedor al centro de la mesa para que ella tomara los que quisiera, cuando le apetecieran–. Y mi vista está muy jodida –abrió mucho los ojos por un momento, exhalando dos nubes de humo por la nariz–. Ya mismo te paso lo que te quería mostrar.

— Aja. De paso sabrás dónde vivo. — de tener el gusto de fumar lo habría hecho en ese momento, pero no lo tenía, así que prefería dejarse caer en el mundo del alcohol, igual de algo habría de morirse, ¿no? Entonces levantó el vaso y el segundo brindis antes de beber más. — Me interesa esa lectura ligera. ¿Qué puedo decir? Si mezclamos los dos es gris. Así que puede ser gris suave o gris oscuro. Todo depende si te quitaste los lentes o no.

– Sía –repitió más para sus adentros, irguiendo la espalda mientras su ajena se servía otro trago, cosa que le agradó; la desinhibición, la soltura–. Sólo un poco de lectura ligera –su sonrisa se extendió de un extremo de sus labios hacia el otro, esperando a que se sirviera para después imitarla con su propio vaso–. ¿Lo sé? –enarcó una ceja, fingiéndose confundido. Luego asintió y volvió a buscar el vaso de la mujer para chocarlo una vez más–. Salud porque el mundo es blanco o es negro –se inclinó hacia el frente, guiñándole un ojo–. ¿O blanco y negro?

Parecía que adivinaba lo que pensaba y la bendita confusión de personalidad y demás, tomó la botella con toda la confianza y se sirvió un poco más. ¿Por qué no? — Sia. Siempre puedes llamarme Sia. — ahora dió un trago más corto, disfrutando el sabor en su lengua, para después pasarlo. — Acepto eso. De paso sabes dónde vivo y después me pasas ese algo.

– Salud... –la punta de su lengua quedó bailoteando entre sus dientes, pues no sabía cómo llamarla en ese momento, así que se limitó a sonreír y a chocar su vaso contra el ajeno antes de llevárselo a los labios. No era el primero de la noche, claro estaba, así que no emuló gesto alguno al tragar. Sin embargo la expresión en el rostro ajeno algo de gracia le hizo, ello y la cantidad ingerida hasta el momento, lo relajó–. Te ves bastante bien, te sienta bien el negro. Pensaba en pasarte algo cuando volviera a encontrarte, comprenderás que por lo pronto sólo puedo invitarte unos tragos y llevarte a casa.

— Salud, Opie. — levantó su vaso al frente, dejó que el whisky se meneara para después darle un sorbo largo, que le quemara la bendita garganta el sabor maderos. Pero le gustaba bastante. — Sí, hoy me veo como me siento.

Se le escapó una sonrisa nerviosa que, por un momento intentó disimular al peinarse su larga barba con los dedos. Odiaba la parte en la que sus anillos se atoraban entre sus espesos vellos faciales; algunos cobrizos, otros rubios, otros castaños y una que otra (demasiadas, en realidad) canas.

– Ya se me está pasando –murmuró entre dientes, con voz grave. Apenas deshizo los nudos de sus barbas rellenó el vaso del que había estado bebiendo antes y lo elevó hacia el centro para brindar–. Este lugar siempre está abierto hasta altas horas de la madrugada. Hoy te ves diferente.

— Diario me desvelo. — tomó asiento, después vio a otra chica llegar, a lo que le sonrió antes de tomar su vaso. — Ahora... Verás que se hace menos el asco de día.

Saca un tercer vaso, rellenándolo también para la pelirroja–. Qué gratas visitas. Salud a ambas.