— ¿De qué hablas esposa mía? Eso no era un halago, era una declaración de un hecho certero y evidente. Cada palabra, mirada y caricia es una alabanza hacia todo lo que fuiste, eres y serás. Mi amada esposa.

Su seriedad era inmutable, sin embargo, eso no era impedimento para expresar lo que sentía por ella, pues claramente sentía un curioso hormigueo en todo su cuerpo que partía desde la boca del estómago. Las puntas de sus dedos sentían dicha vibración, más todo le causaba gran regocijo.

Poco después llegarían a una pequeña mesa en un claro adornado por un par de sauces llorones que cuyas ramas y hojas servían perfectamente como cortinas que daban vista a un paisaje nocturno despejado, mostrando la magnificencia del cielo nocturno estrellado.