Paciente esperaba, deleitándose con las reacciones que profería su amada, algunas nuevas otras mejoradas, pero cada una de ellas quedarían grabadas en su memoria. Observó aquel extraño "ritual" de parlar con las lianas del Sauce Llorón, él al igual que ella entendía toda la vida que cada ser tenía, pues él mismo había sacrificado su ser para obtener el saber de las runas.
Devolvió la sonrisa una vez ella terminó, manteniendo la misma tras recibir aquel beso en sus labios a penas visibles entre sus canosas barbas, las cuales mantenía bien peinadas.
— El lugar se torna maravilloso, pues estoy con la persona indicada, mi esposa amada.
Agregó al avanzar un poco más hacia aquel sitio donde se erguía una pequeña mesa totalmente preparada para la cena, mientras una luna llena teñida en rosa adornaba el firmamento.
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Impresión había en su rostro al ver tan majestuoso paisaje presenciarse ante la diosa. Abrió sus ojos por completo, como un par de platos por el asombro de tantos belleza inigualable. No pudo evitar sentir cierto apego a aquellos viejos árboles como lo eran los sauce llorón, pues eran árboles que para algunos representaban sabiduría por las edades tan largas que podían vivir. Con sus dedos tomó una de esas lianas e hizo una suave reverencia.
— Es un gusto verle, Sauce llorón.
Mencionó aquello, cual si el árbol le escuchase y pues era realmente así, todo lo que existe, para ella, tiene vida, tiene voz y sentimiento. Esbozó una amplia sonrisa y volvió a acercarse a su amado esposo, al cual nuevamente tomó por el brazo y, colocándose de puntillas, le dio un beso sobre sus labios.
— Me honra tener una bella velada contigo en tan maravilloso lugar.
— ¿De qué hablas esposa mía? Eso no era un halago, era una declaración de un hecho certero y evidente. Cada palabra, mirada y caricia es una alabanza hacia todo lo que fuiste, eres y serás. Mi amada esposa.
Su seriedad era inmutable, sin embargo, eso no era impedimento para expresar lo que sentía por ella, pues claramente sentía un curioso hormigueo en todo su cuerpo que partía desde la boca del estómago. Las puntas de sus dedos sentían dicha vibración, más todo le causaba gran regocijo.
Poco después llegarían a una pequeña mesa en un claro adornado por un par de sauces llorones que cuyas ramas y hojas servían perfectamente como cortinas que daban vista a un paisaje nocturno despejado, mostrando la magnificencia del cielo nocturno estrellado.
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De igual manera era lento y suave su andar; casi parecía que tenían una sincronización perfecta que, a pesar de que si no llegasen a estar tomados de la mano - O en su defecto, ella sujeta de su brazo - seguramente sería el mismo resultado. Miraba con admiración al hombre a su lado, con ese deje de amor infinito que siempre profesaba hasta con los poros de su piel.
— Me halagan tus palabras, amado esposo. Pues también es mi sentir todo aquello que dices. Es como si mi corazón y tu corazón se entendiesen sin palabras, sin miradas, solo con un hilo, con una conexión trascendental que dice lo que el otro también siente. Me llena de alegría poder compartir todo eso con la persona que amo, la única que he amado y siempre amaré: Mi amado esposo.
Tenían todo el tiempo del mundo, su andar era suave que se sincronizaba con el de ella hasta estar a la par, aunque era él quien guiaba; casi no se percibían sus pasos, pero era notable su avance.
— Debo agregar, esposa mía, que lo que me llena de dicha, es el poder compartir contigo cada aliento, cada momento y este tiempo contigo, de deleitarme con tu presencia y ese infinito amor.
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— Entonces marchemos, que deseo probar todo aquello, pero más que eso, quiero estar en compañía de mi galante y guapo esposo. Adoro compartir cada cosa contigo.
Se puso de puntillas solo para alcanzar a darle un pausado y tierno beso sobre su mejilla, para después empezar a dar unos cuantos pasos, para que este le siguiera y le guiara hacia el lugar al cual le llevaría.
