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Odessa · F
Era la acción, era el motivo lo que dolía... Porque Nashdag lloraba sobre los cuerpos de sus hijos muertos en batalla, y sobre aquellos arrastrados a esta, hombres, mujeres, niños, ancianos e inocentes; todo perecía al clamor del fuego consumiéndolo todo, de la tiranía, de la soberbia y la ambición.
Y ella lo vio todo desde la vulnerabilidad que otorga el beso de la muerte, con las palabras ahogándose en su garganta sangrante.
Y dolía...
Dolía, mas que la herida, mas que la vida yéndose a cuentagotas de sangre, dolía la traición. Algo dentro de su cuerpo se quebró, como las baldosas de los pisos luego de una gran tormenta o como las espadas que sucumben en una batalla ¿cómo había sido tan ciega? El dolor de Nashdag sería su condena, su eterno pecado y más grande error, porque ella misma le había abierto la puerta a la muerte, no sólo la suya, sino también la de su gente.
(1/2)
Y ella lo vio todo desde la vulnerabilidad que otorga el beso de la muerte, con las palabras ahogándose en su garganta sangrante.
Y dolía...
Dolía, mas que la herida, mas que la vida yéndose a cuentagotas de sangre, dolía la traición. Algo dentro de su cuerpo se quebró, como las baldosas de los pisos luego de una gran tormenta o como las espadas que sucumben en una batalla ¿cómo había sido tan ciega? El dolor de Nashdag sería su condena, su eterno pecado y más grande error, porque ella misma le había abierto la puerta a la muerte, no sólo la suya, sino también la de su gente.
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Odessa · F
Nashdag caía, convirtiéndose en una tierra sumida en la oscuridad, en la voluntad un sólo Aldhar: Vaedil.
Exhaló con esfuerzo, tratando de alcanzar algo, quizá la misericordia de la muerte ofreciéndole una última imagen que sopesara su desdicha; podía ver a la distancia a su padre, madre y hermanos. Moría con lentitud, sí, pero con certeza.
La tibieza le fue abandonando, y con ello la fuerza en cada gota de sangre formando un charco debajo de su cuerpo, ya siquiera podía sostener su mano al frente y lo último que se llevó consigo fue su reino consumiéndose, los gritos desgarrados de su querida gente y de aquellos que sabían, no habría esperanza, pues finalmente...
La Reina había muerto.
(2/2)
Exhaló con esfuerzo, tratando de alcanzar algo, quizá la misericordia de la muerte ofreciéndole una última imagen que sopesara su desdicha; podía ver a la distancia a su padre, madre y hermanos. Moría con lentitud, sí, pero con certeza.
La tibieza le fue abandonando, y con ello la fuerza en cada gota de sangre formando un charco debajo de su cuerpo, ya siquiera podía sostener su mano al frente y lo último que se llevó consigo fue su reino consumiéndose, los gritos desgarrados de su querida gente y de aquellos que sabían, no habría esperanza, pues finalmente...
La Reina había muerto.
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