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El olor a venganza la atrajo de nuevo. Su avaricia por corromper almas puras le estaba llamando, y esa alma que tanto había buscado llegó a un punto de quiebre. El alma de Odessa finalmente se había alejado de David. Ahora es que podía actuar. La voz de ella le hizo mostrarse. — ¿Encarar? — agregó en tono suave, casi amable. Así que salió de su invisibilidad. Un vestido blanco ajustado de seda era su vestimenta. Estaba descalza y los rizos pelirrojos le colgaban por los hombros, del mismo tono que sus labios. — Hoy vine a apoyarte, Odessa. Bien podría escupir un «te lo dije» — ladeó el rostro para observarla. Era un rostro que conocía bien, lo había visto por siglos. — Pero hoy... quiero ofrecerte mi apoyo, Odessa. Eres reina de un pueblo que no te quiere, pues trajiste a su ejecutor a saludar. ¿Creíste ciegamente en él? Es una lástima... — Avanzó hasta sentarse sobre el escritorio, al lado de dónde la reina tenía sus documentos (...)
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