Milagrosamente la castaña se le había pasado la incomodidad que ambos habían generado al ser tan tímidos. Un suceso tan banal como beber de una botella quizá los había llevado demasiado lejos, pero el quico quedó en blanco nuevamente cuando la chica preguntó si se lastimaría entrenando. Tras unos segundos de pensar, era obvio que se preocupara de esa manera, ya que de una u otra forma el peliverde siempre se las arreglaba para terminar con algo roto. Sonrió y alzó su pulgar para demostrar que todo estaba bien.
— ¡C-Claro que no pasa nada Uraraka-San! Después de todo... ¿No creo que pensaras en un entrenamiento de combate, o si...? —
Obviamente estaba haciendo un intento de broma, por lo que rápidamente siguió hablando antes de que la chica contestara.
— Ya se está haciendo tarde, ¡Aprovechemos lo que nos queda de día para terminar de entrenar! Quizá cuando podamos volver a salir como ahora... —