Anticipar el movimiento de Navia le habría resultado difícil, de haber querido hacerlo; por lo cual, sentirla abrazándolo sin prevención alguna fue toda una sorpresa, puesto que no se hallaba preparado en absoluto ni a la expectativa de que tal cosa sucediese; aunque procuró disimular su asombro, en vistas a evitarle la menor incomodidad. No obstante, rodearla con sus brazos y darle refugio se sintió tan natural —a pesar de las malas experiencias y de su natural repulsión al contacto físico, merced a su turbulento pasado— que pronto se halló abrazándola sin reparo, incluso permitiéndose regalar suaves caricias a la nutrida melena azulada de la chica; tanto para reconfortarla, como para disfrutar la sedosidad con sus yemas: el tacto era el sustituto de su vista perdida, después de todo. En silencio, prolongando aquel tierno instante, Aveus intentó darle un poco de paz a la atribulada ninfa, a la vez de procurarse también un momento de tranquilidad.
Navi a veces olvidaba que Aveus tenía deficiencia visual, y es que el joven era tan agudo que se manejaba de forma natural, como todos los otros seres que la fémina había conocido. — ¿Lo obvio? —Se miró a sí misma los pies, los brazos y el torso; esas partes en ella eran normales y hasta agradables, pero el batir de sus alas marchitas le recordó que tenía otras partes que daban miedo. — Ah... —Un suspiro suave salió de sus labios, relajando su postura con resignación. Su mirada melancólica se enfocó en él y sus brazos se abrieron para imitar lo que las ninfas llamaban "abrazo"; Navia solamente había sentido el calor de los animales pequeños que no le temían, quería abrazar también a una persona. Rodeó a Aveus con torpeza y lentitud, acomodándose a medias sobre su pecho. — Gracias, de corazón.
La habitual serenidad de su rostro se vio afectada por una sonrisa breve, que Aveus intentó dirigir hacia la chica que lo acompañaba; y, aunque sus ojos marchitos no fuesen de ayuda para la tarea, la agudeza de sus sentidos le permitió tener un resultado más que aceptable: parecía que estaba mirándola fijamente, dedicándole un gesto cálido a pesar del vendaje sobre su vista. —¡Qué va! Tan solo he señalado lo obvio.
Una pequeña sonrisa asomó por sus labios acompañada de un adorable sonrojo en los pómulos; nunca le habían dicho que era adorable, lo único que solía recibir eran insultos y gritos. —T-Tú eres adorable también. —Admitió.
—Ellas dicen que no soy una ninfa... Creen que soy una aberración por mi aspecto. Si en tu lugar de origen las ninfas se parecen a mí, ¡entonces me encantaría ir!
—En los bosques de mi pl... Eh, de mi lugar de origen, las ninfas solían convivir con los visitantes del bosque; de modo que, sí, sé cómo suenan sus voces.
