A veces, Navia se comportaba de formas que a él le resultaban tan extrañas como divertidas; y esta fue una de tales ocasiones, donde, teniendo delante (o eso le decían sus oídos) a una ninfa que al parecer intentaba ser agradable con él, Navia se había apresurado a intervenir y alejarlo de la escena; como si aquella desconocida pudiese representar algún peligro para él, un mago de notables poderes y cierta confianza en sí mismo. —¿Eh? —Sin embargo, no opuso resistencia al sentirse llevado por la chica, si bien no comprendía los motivos para ello; aún así, palmeó la cabeza de la ninfa, tan cariñoso como siempre, antes de preguntar con voz calma y repleta de curiosidad: —¿Pasa algo, Navi? ¿Esa era una mala persona?

¿Por qué actuaba así? Usualmente las ninfas solían tener muy poco o nulo pudor frente a todas las criaturas, quizá era por el hecho de haber nacido en la naturaleza y creer que era innecesario cubrir demasiado sus cuerpos si la creación las había traído desnuds al plano terrenal; Navia, por su parte, prefería usar prendas que camuflajearan las cicatrices que los maltratos de las mismas criaturas le habían dejado y, aunado a eso, los ropajes cubrían la inseguridad que sentía para con su cuerpo. Acostumbrarse a ello hizo que sintiera una pizca de celos cuando una ninfa coqueta empezó a pasearse frente a Aveus y a hablarle con tono dulzón; Navia olvidó que el hombre carecía del sentido de la vista y era incapaz de ver la perfección de la contraria, así que lo arrastró hasta el otro lado del bosque. — ¡Déjalo en paz! —Jamás había tenido el valor para defenderse a sí misma, empero, no lo había pensado dos veces antes de enfrentarla con tal de que dejase a Aveus.