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De sus ojos jamás desvió la mirada, esa tan altanera, como se ha dicho los seres de la naturaleza siempre observan a los humanos. Y no es que él fuese orgulloso (lo es), pero la mirada que le ofreció a la criatura de piel trigueña tampoco fue la más amistosa, no escondió su recelo, su desconfianza; eran de naturalezas incompatibles, porque representaban intereses antagonistas—. Soy consciente de ello, no hay billetera que pueda solventar cualquier daño en tu territorio —tras decir esto él suspiró y otro paso retrocedió para poder acomodarse mejor los finos guantes de cuero que siempre llevaba cuando debía realizar una encomienda fuera de su taller mágico—. Aunque me sorprende, en mi vida pensé encontrarme con uno de tu especie... —lo último sonó hastiado, no precisamente sorprendido, pero no mintió, para él esto no era diferente a encontrar al Minotauro en el laberinto abandonado.
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