No fue un sueño, desde que su carne era tal prescindió del descanso. No fue una pesadilla, su único temor es no poder rememorar el miedo. La falsa meditación con la que finge su sueño desveló, detrás de sus orbes, una peculiar visión en un punto específico del firmamento; un cubículo cósmico que no visitó, un paisaje que no imaginó y que ni la casualidad lo hubiese guiado, de no ser por el lienzo impreso en los párpados.
No fue el barato alcohol que compró, tampoco el estruendoso canto de las aves contaminado por el tránsito; ruidoso le pareció porque tras oír la infinidad, hasta un pensamiento implicó un barullo inconcebible. Rebajó su rostro entre los hombros, molestia le causó la realidad, aunque este malestar prometió perecer al paso de los segundos y el tacto de su fría mano sobre una de sus mejillas.

Escondió sus facciones, las deformó entre dedos y luego resguardó la diestra sobre la cara anterior del muslo—. En otro país me habrían robado la billetera... —pensó en voz alt