Años pasaron —en su mundo onírico llevaba la cuenta—. Laplace, el conejo juez, repartió los siete maletines en puntos específicos y cercanos para que las rosas pudieran reencontrarse con rapidez. El maletín de Suigintou terminó en una pequeña tienda de antigüedades de la ciudad. Exhibido tras la ventana de la pared que daba a la calle, la primera de las Rozen Maiden aguardaría por la próxima persona que diese cuerda en su espalda. Era lo único que podía hacer…