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NinaBeaudreau · 26-30, F
eterna. No había puesto atención al anuncio de la orquesta, sino hasta que el rítmico swing comenzó a llenar cada rincón de aquel lujoso salón de altos techos y detalles neoclásicos. Se giró como quien escucha su nombre a la distancia, y sus ojos se abrieron de par en par, recuperando un brillo que parecía opacado por los bolcheviques del lugar.
—Lyonya, ¿escuchas eso? ¡Jamás en la historia de Rusia pensé que escucharía algo así en un lugar como este! — exclamó con visible emoción, y se giró hacia el pelirrojo con ánimos renovados, ¡qué va, engrandecidos! Y su cuerpecito menudo comenzó a sacudirse al ritmo del contrabajo.
En contraste, los militares que les rodeaban parecían atónitos, y más rígidos que de costumbre, y pronto el centro del salón pareció vaciarse de quienes habían estado bailando anteriormente, como si se hubiesen ahuyentado con el prospecto de esa música tan ajena a los waltzes e himnos soviéticos a los que estaban acostumbrados.
—Lyonya, ¿escuchas eso? ¡Jamás en la historia de Rusia pensé que escucharía algo así en un lugar como este! — exclamó con visible emoción, y se giró hacia el pelirrojo con ánimos renovados, ¡qué va, engrandecidos! Y su cuerpecito menudo comenzó a sacudirse al ritmo del contrabajo.
En contraste, los militares que les rodeaban parecían atónitos, y más rígidos que de costumbre, y pronto el centro del salón pareció vaciarse de quienes habían estado bailando anteriormente, como si se hubiesen ahuyentado con el prospecto de esa música tan ajena a los waltzes e himnos soviéticos a los que estaban acostumbrados.
NinaBeaudreau · 26-30, F
A veces sentía que no podía resistir la forma en la que Lyonya decía su nombre, pues a pesar de que tenía un acento fortísimo, lo decía con una suavidad que ni los franceses lograron jamás. Le miró de reojo, intentando resistir la forma en la que la reprendía con gentileza, y tuvo que responder al reproche.
—La libertad me sabe mejor, sí. —respondió con altanería graciosa, alzando el rostro altiva, y siempre digna, pero cuando Lev le estrechó la mano, sintió que la desarmaba, y tuvo que ceder; tuvo que suspirar y perder ese porte orgulloso que llevaba.
—Eso lo dices porque sólo has ido en misiones a Francia, o a Londres, pero hubieras visto el mundo como un hombre libre… Entenderías mi reluctancia, Lyonya. —aquello sonó como un rezo, como un intento de que él se abriera a ver el mundo fuera del régimen, y la mano libre de la rubia se posó sobre la de él, terminando de envolverla entre sus dos manos enguantadas. Buscó la mirada avellana de Lev, y sonrió con una dulzura que parecía
—La libertad me sabe mejor, sí. —respondió con altanería graciosa, alzando el rostro altiva, y siempre digna, pero cuando Lev le estrechó la mano, sintió que la desarmaba, y tuvo que ceder; tuvo que suspirar y perder ese porte orgulloso que llevaba.
—Eso lo dices porque sólo has ido en misiones a Francia, o a Londres, pero hubieras visto el mundo como un hombre libre… Entenderías mi reluctancia, Lyonya. —aquello sonó como un rezo, como un intento de que él se abriera a ver el mundo fuera del régimen, y la mano libre de la rubia se posó sobre la de él, terminando de envolverla entre sus dos manos enguantadas. Buscó la mirada avellana de Lev, y sonrió con una dulzura que parecía
LevKozlov · 31-35, M
Se disponía a dirigir la improvisada orquesta, comenzando con una de sus más recientes y atrevidas piezas, “Dzhozef”. Pronto las trompetas protagonizaban la pieza, sustentadas por un arreglo de cuerdas, y el ánimo formal se veía reemplazado por uno de festividad, poco a poco haciendo que las parejas se levantasen inducidas por la melodía a tomar el espacio central del salón para bailar.
https://youtu.be/5E9n1NcRamk
https://youtu.be/5E9n1NcRamk
LevKozlov · 31-35, M
— Oh, Nina… — Prolongaba la última vocal en aquel dulce nombre de forma extendida y con una inflexión de fingida tristeza al escuchar su petición al mesero, a quien le soltaba la muñeca instantes después. No había sido ni brusco ni agresivo, pero aquella reacción instintiva, aunada al imponente físico del pelirrojo, habían asustado al pobre hombre, quien se limitaba a asentir con ansiosa premura, aferrándose a la charola que llevaba antes de partir a paso apresurado.
— ¿Es que acaso todo te sabe mejor fuera de la madre patria? El champagne de Francia, las playas de España… Incluso le tomas cariño a las incesantes lluvias de la vieja Londres. — La diestra de Lev se posó sobre el mantel blanco que cubría la mesa, y furtivamente se deslizaba hasta alcanzar una de las manos ajenas, buscando estrecharla con cariño y acariciar su dorso por sobre el terciopelo de su guante. Se escuchaban instrumentos afinar de fondo, y pronto hubo un efímero anuncio honrando al camarada Tsfasmana.
— ¿Es que acaso todo te sabe mejor fuera de la madre patria? El champagne de Francia, las playas de España… Incluso le tomas cariño a las incesantes lluvias de la vieja Londres. — La diestra de Lev se posó sobre el mantel blanco que cubría la mesa, y furtivamente se deslizaba hasta alcanzar una de las manos ajenas, buscando estrecharla con cariño y acariciar su dorso por sobre el terciopelo de su guante. Se escuchaban instrumentos afinar de fondo, y pronto hubo un efímero anuncio honrando al camarada Tsfasmana.
NinaBeaudreau · 26-30, F
Resopló con fastidio al escuchar las palabras devotas de Lev, y se dejó caer graciosa sobre la mesa, absolutamente trágica, y nada militar. No soportaba ese desfile de egos y de medallas, ni las congratulaciones que se daban entre ellos por actos que le repugnaban; le costaba mantener esa hipocresía y permanecer “a la altura”. Sintió la mirada de Lev se sintió sobre ella, y levantó con pesadez su rostro.
—¿Qué caso tiene beber champagne que sabe a sidra? —se quejó con escrúpulos, pero siempre encantadora, y se incorporó sin muchos ánimos, pero con la gracia que la caracterizaba. —Gin & tonic. —dijo finalmente con desgano.— ¡Y no traigas el cenicero, doragaya! Este hombre no debe fumar más.— agregó con una voz dulzona, y con un guiño para el tímido mesero.
—¿Qué caso tiene beber champagne que sabe a sidra? —se quejó con escrúpulos, pero siempre encantadora, y se incorporó sin muchos ánimos, pero con la gracia que la caracterizaba. —Gin & tonic. —dijo finalmente con desgano.— ¡Y no traigas el cenicero, doragaya! Este hombre no debe fumar más.— agregó con una voz dulzona, y con un guiño para el tímido mesero.
LevKozlov · 31-35, M
— No dejaba ir al hombre, mientras se giraba hacía la rubia a la espera de saber si ella quería algo. La música era plácida, pero justo en ese momento se sucitó un silencio en el salón que acogía aquella gala militar. Cambiaban de músicos, y por ende, cambiaría el tono de la velada.
LevKozlov · 31-35, M
— Tenemos que estar a la altura, Nina. — Sus palabras eran solemnes y un tanto forzadas, como si quisiera convencerse a sí mismo de querer pertenecer a la idealización que rondaba en su mente de todos aquellos generales y tenientes quienes, galantes, se paseaban pavoneándose con el sinfín de medallas que contrastaban contra el verde olivo de sus uniformes. Se miraban unos a otros con sonrisas fingidas y congratulaciones prescritas, y de cierta manera aquello volvía el ambiente algo tenso, pero Lev parecía no poder ser capaz de ver eso, aunque sí sentirlo. “Héroe de la Unión Soviética”. El camarada Pukhov recibiría el galardón y él no estaba seguro sobre si sentía orgullo o envidia al respecto. La ansiedad le hizo girarse cuando uno de los meseros pasaba por la mesa, al punto de detenerlo al sujetarle de la muñeca. — Tovarishch. Stolichnaya, solo, con hielo. Y un cenicero nuevo. ¿Nina?
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