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[...] la voz, así que gritó (con cierta gentileza) el nombre de la muchacha que tanto se esforzó para acompañarlo— ¡Nilou, aquí estoy! —esperando no asustarla y con sus pasos en dirección hacia dónde la escuchó llegar, él trató de tranquilizarla, aliviarla de eso que tanto pareció padecer, la soledad.
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