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(...) Y entonces, ante la evidente necesidad de avanzar, soltó su mano aún a sabiendas de la absteniencia de su tacto. Sus pasos cautelosos vieron el abismo ramificado, la oscuridad lo llamó, ahí el motivo de su deseo por tomar esta ruta–. Solo hay que saltar... Te espero abajo, ¿si? –entonces, desconociendo el miedo, simplemente saltó en aquel mar tan peligroso de ramas, sin usar planeador o artilugio que compensara su carencia de dominio elemental. La caida era más de lo pensado, las penumbras casi absoluta, con excepción de la fluorescencia de algunos hongos e insectos. El olor del entorno advirtió sobre peligros venideros, sin embargo, el peor de los obstáculos recidió en la separación, la soledad imprevista que toma por prisionera el alma. ¿Lo podría hallar al final de la letal caida?
 
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