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Era una de esas noches.

Solitaria, callada, tanto así que incluso la brisa parecía una vorágine consumiendo todo en el lugar, los pasos del azabache eran lerdos y desganados, estaba volviendo del trabajo. Su patrulla se había averiado por lo que no tenía su auto prestado, por suerte pudo cambiarse en la estación, ya que odiaba el uniforme.
 

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