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¿Te gusta cómo me veo? ~
 
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N1583668 · F
la misma que había sido violenta ese mismo día. Sus dedos moviéndose con maestría dentro de ella sólo encendieron más su cuerpo y la lucha se volvió insoportablemente deliciosa; cada poro, cada pedazo, cada célula de la demonia adoraban al hombre y necesitaban tenerlo.

Fue cuado el beso calmó su fulgor y mantuvo a sus otras partes dormidas mientras Nüwa en plenitud se rendía a los brazos de Kurai, respondiendo al acto demandante con la necesidad palpable de sentirse suya. Más suya. Su mano en su cuello sólo reforzó su pertenencia y si la mujer no estaba por desfallecer, ahora fue el momento idóneo para trastabillar; sólo los hombros de su amo y su sujeción la mantuvieron en su sitio.

Se sentía tan feliz besándolo.

—Quiero tenerte. Es lo que siempre he pedido y me has dado —entre un descanso de la lucha de bocas y su cuello marcado por sus dedos, musitó con voz pastosa. —Kurai-sama... un día hazme el amor suave. Pero hoy no es ese día.
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Provocar la satisfacción y el gozo en Kurai siempre era el estímulo más grande para la albina. Con su apariencia de mujer zorra, el largo cabello blanco trenzado a su espalda y las voluptuosidades marcadas por su traje traslúcido, se halló conquistadora de las perversidades del hombre; también se halló experta en satisfacerlo, pues Nüwa se esforzaba con esmero para cumplirle todas sus fantasías. Ahí es donde radicaba su placer, en proporcionarle a Kurai todo lo que éste pudiese pedir.

Los irises azules perdidos en los irises oscuros. Nüwa entregada a su conquistador.

Movió la colita; su fragmento de coneja saliendo a relucir en el momento en que los dedos de Kurai expandieron sus paredes anales y todo en su cuerpo volvió a sacudirse con violencia, haciendo palpitar a las partes que permanecían dormidas dentro de ella. El estremecimiento traspasó su piel, llegando a su hombre; él podría sentir cómo Heaven vibraba contra el cuerpo masculino;
Kurai · M
Los movía con intensidad creciente, desmintiendo su aparente falta de cuidado con una habilidad tal, que convirtió el dolor de la intromisión en placer, valiéndose de las propias señales que el cuerpo de su sumisa le daba para hallar el ritmo adecuados para ello. Pero también deseaba recompensarla, reforzando así —quizá de manera innecesaria, llegado ese punto— la obediencia de su mujer; así que la besó, soltándole el mentón para tomarla por el cuello, añadiendo el perverso goce de la asfixia erótica al sucio juego de lenguas al que dio inicio apenas separarle los labios a su amante.
Kurai · M
Oírla ceder siempre sería un deleite para él. No era solo la obediencia, el verla claudicar ante sus órdenes; el auténtico placer era comprobar que ella lo hacía porque anhelaba ser controlada y usada por él, complacerlo hasta en los menores caprichos; y por eso Kurai se esmeraba en sacar lo más pervertido y dócil de ella, en un intento —siempre exitoso— de hacerla ofrecerle lo que ya le pertenecía, en vez de tomarlo por la fuerza o mera voluntad.

—Ah, mi pequeña, dulce Nüwa —respondió, con una sonrisa tan amplia que no podría quedar duda alguna de lo satisfecho que estaba con ella —; amo oírte hablar así. Pero amo más que no solo me digas lo que quiero oír... Sino lo que tú quieres.

Para ese momento, el pequeño, sonrosado orificio de Nüwa ya no podría ofrecerle resistencia. Se hallaba estimulándolo, hundiendo los dedos con tanta maestría como insistencia; preparándolo para que algo más grueso se adueñara de él en unos momentos más.
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—Quiero que me folles tan duro... —usó un tono suave; estaban tan cerca. —... que olvide mi nombre y sólo piense en el tuyo. Usa mi pequeño agujero para satisfacerte. Quiero estar llena de ti —sus ojos se aferraron a los de él. El cuerpo de Nüwa se frotaba contra el de Kurai, porque sus dedos exploraban la lastimada entrada, marcada por su amo. —Cargar con toda tu leche, Kurai-sama. ~
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La frustración le cruzó el rostro porque Nüwa sabía que él no la besaba sólo con el objeto de tentarla y hacerla deseosa de más; pero, también sentía una punzada en el corazón porque sabía que ella lo deseaba y él le negaba sus deseos. Esa frustración, lentamente, se transformó en acumulado deseo, sumado al que había experimentado horas atrás cuando se entregó al rubio apenas despertaron de un profundo sueño.

Nüwa lo miró —no podía hacer otra cosa tampoco y si tuviera elección, elegiría mirarlo—, los ojos azules se perdieron en la inmensidad de los de Kurai que se mantenían ocultos tras los lentes amarillos. Una de las cosas que lo atraían de él: sus ojos. Como una niña pequeña frunció el ceño, la decepción en sus ojos, pero la obediencia de una zorrita que fue creada para complacer a su dueño la mantuvieron a raya. Se aferró a él, dejándose llevar. Si ponía resistencia el castigo sería prolongado.

Y ella en serio quería besarlo.
Kurai · M
—Sé cuánto disfrutas de que te toque y te use. Dímelo. Sé sucia, sé una zorra para mí.
Kurai · M
A pesar de la cercanía, se negó a besarla. Lo deseaba, claro: casi necesitaba sentir los labios de Nüwa bajo los suyos... Pero su necesidad por ponerla ansiosa e impaciente fue aún mayor. De tal modo, siguió jugando con ella, sus dedos presionando, masajeando, hasta sentir que el mismo cuerpo de su sumisa lo aceptaba, lo exigía; punto en el cual se valió de su maestría para apartar la breve prenda sin quitarla, de tal manera que pudo sentir la entrada anal al natural, bajo sus yemas codiciosas.

Pero Kurai tiene dos manos: y una de ella se hallaba ociosa, ahora que se valía de índice y medio para exigir que Nüwa se abriera para él. Con ella —la siniestra— tomó a su pareja por el mentón, dominándola hasta en esa sutil manera: pues le mantuvo el rostro fijo, sin dejarla siquiera intentar besarlo. Mirarla a los ojos fue imperativo para reforzar el efecto; el que remató con su voz exigente un momento después.
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La albina lo observó con fascinación, reconociendo esa grave voz suya que, en los momentos más difíciles de su existencia, la atraían a la Tierra; la fortalecía. Reconoció que ser sucia para él lo complacía; no había nada en este mundo que Nüwa deseara más que encantar a Kurai.

Sonrió feliz. Ya no había tensión en sus manos, aunque tenía marcas en las palmas. Además, no es como si pudiera preocuparse porque casi de forma inmediata su hombre la recompensó; los dedos estaban moviéndose sobre ciertas zonas que a ella la ponían demasiado nerviosa. Prueba de ello era el sonrojo que comenzó a colorear el rostro de la demonio, quien dio un par de pasos en su dirección impulsada por el deseo naciendo en su cuerpo. Levantó los brazos y rodeó el cuello de Kurai, estrechándolo contra su cuerpo; los senos se apretaron contra la dureza de su torso. Casi instantáneamente los labios de ella buscaron los suyos, suspirándole contra la boca cuando la prenda se encajó sutilmente.
Kurai · M
No por escucharla dejó de magrearle las nalgas a placer; pero al menos la recompensó con una risa entre dientes, grave, rasposa, que indicó cuán complacido se halló con oírla decir la palabra por fin.

—Buena chica.

No bien terminó de pronunciar la última palabra, se ocupó de molestar casi directamente la zona mencionada con sus dedos. Tan solo las diminutas bragas que Nüwa se había puesto para él le impidieron masajearla al natural; pero, con la delgadez de la tela, resultaron ser un obstáculo fácil de ignorar, quizá hasta un motivo para que sus caricias se sintieran distintas merced a la sedosidad de la prenda. Y, dado que horas antes ya había disfrutado de esa entrada, dilatarla le resultó tarea fácil, aunque eso no evitara que la tratara con la delicadeza justa para seguir dominándola, pero haciéndola disfrutar con ello.

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