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新宿区, 6 de noviembre.
 
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N1581513 · F
Pese a tantas quejas podía sacar algo bueno: el paseo. El recorrido de pasillos ornamentados en tantas bellas flores, los tapices de paredes que señalaban el mismo lujo de quienes habituaban el hotel. Quizá, lo más destartalado del lugar, serían las habitaciones que los mismos clientes destrozaban cuando están ebrios.

Según creía recordar, la habitación de Shin era la 212. Fue plantarse enfrente y llamar.

—¿Me habré equivocado de habitación? — susurró como pensamiento al aire.

Creció la incertidumbre con el pasar de tan solo segundos; era impaciente. Creía oír ruido y no se veía capaz de hacer más.

Cuando quiso volver a dar a la puerta, se abrió levemente.

—¿…? — no sabía si entrar. — ¿Te has dejado la puerta abierta? ¿Estás tonto o qué? — le escapó aquel tono sarcástico de siempre que, en el fondo, acrecentaba uno de los enfados de Nana de siempre.

Asumió que estaba por los ruidos.
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—… Hm. — dejó la cabeza gacha.— El calvorota y el ñoñas sí que no se van a librar.

Ishikawa reía cada vez que a Nana le salía la vena mala, siempre desde una intención amigable. El representante anduvo aproximadamente un mes acompañándolos de un sitio a otro, innumerables hoteles de lujo donde limitaba a escuchar quejas o desafíos entre ellos cuando jugaban a las cartas. A veces, para él, la imagen de Black Stones lindaba entre aquella de fans y revistas y la de un grupo de jóvenes estrafalarios a su manera. No podía evitar encantarle.

Cuando Ishikawa marchó, Nana bajó por el ascensor unos varios pisos -aproximadamente dos-; se ordenó que cada integrante del grupo estuviese a una distancia considerable entre sí. Si bien ella jamás estuvo de acuerdo y ni lo veía razonable, Kawano hacía decisiones imposibles de cuestionar.
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[code]La soledad es no poder decirla, por no poder circundarla, por no poder darle un rostro, por no poder hacerla sinónimo de un paisaje. La soledad sería esta melodía rota de mis frases.[/code]
La lluvia arremetía contra el cristal de toda ventana posible del hotel.

—Lo siento, Nana. No quiero molestarte en que lo busques, pero ahora mismo el representante de Trapnest está hecho por una furia porque…

—No, no te preocupes. Tú haces mucho de nuestro trabajo. — se cruzó de brazos. — Yo misma iré a buscar a ese puñetero.

—Oh, dios, muchas gracias.

—Me tiene hasta aquí con sus cosas, ¡y cuando esos dos aparezcan…!

— Vuestras discusiones son vuestras y no tengo que meterme, lo sé Nana, pero creo que no deberías reñir tanto a Shin. Es un crío. ¿Acaso no es todo un milagro la capacidad que tiene? ¿Y a esa edad?

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