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Retrocedió un paso, estiró la mano, tomó su cuchillo y lo fajó contra su pierna. El frío del filo la entusiasmó. —Volveré antes de que termines tu discurso inspirador —espetó. Saltando al vacío. A su nave.

Como acto reflejo, Nebula levantó el puño derecho preparada para responder la agresión. En automático todo su cuerpo secretó estimulantes que la prepararon para el combate. Sólo se detuvo cuando escuchó a Gamora hablar. Su cuerpo quedó rígido en segundos. Estática. Ni siquiera podía mirarla a los ojos. Eso la hizo enojarse aún más, apretando los dientes y marcando la mandíbula a través de la piel azul.

—Frustración es debilidad —no cedió. Obvió el tono de reprimenda al mismo tiempo que bajaba la mano. Su rostro estaba tan crispado que parecía indiferente a la situación. Empero, en su mente, comenzaron a repetirse escenas resquebrajadas de la película que era su vida. Flashes de torturas, sueños febriles y el rostro de Thanos con su eterna decepción plasmada en cada línea rugosa de su piel púrpura.

Respiró profundamente, bajando la vista al piso. Sin responder. Las palabras de Gamora no evitarían su destino. Si su destino era perder otro brazo, estaba dispuesta a cumplirlo.

Ret

Gamora era mejor que esto: dientes reluciendo por un enojo que bullía desde su pecho producto de la frustración a que Nebula continuara cegada aún tantos años después, aún tantas torturas después. Pero no podía evitar también enojarse consigo misma, después de todo había sido ella quién se había rendido en cualquier intento de camaradería con su hermana.

Mucho antes de que Nebula tomara otro paso, Gamora leyó su lenguaje corporal, entendiendo que su hermana estaba más que dispuesta a alimentarse de su vulnerabilidad. La empujó con una mano, soltando un gruñido. — Estás ciega a lo que es importante, Nebula —reprendió, el ceño frunciéndosele apenas un poco—. No confundas el miedo con la frustración, eso es lo único que hay acá.

Y eres tú quien me frustra. No conoces Xandar y cuando falles, Thanos reemplazará otra parte de tu cuerpo por tu incompetencia.

—No puedes evitar sacar a lucir tu perfección.

Murmuró con suavidad, dejando que las palabras le acariciaran el paladar. Sus ojos proteicos estaban fijos en la expresión de su hermana. Lo disfrutaba. Su agresividad creciendo. Los dientes exponiéndose y mostrándose ante el enojo. La sonrisa casi le cruzó el rostro entero; la poca plasticidad de su piel se lo impidió.

—Pero tienes miedo. Nadie lo entiende más que yo. Ni siquiera tú. ¿Qué es lo que te asusta tanto, querida hermana?