Era díficil de imaginar a alguien más que lo complementara casi a la perfección, en todo aspecto. Su contraparte, Asceneth, llenaba en su totalidad cada defecto que él tenía con una virtud y podía entender lo que pasaba por su mente solo con una mirada. Era lo que siempre le faltó para sentirse pleno y feliz. Sabía que sería la única por la que estaría dispuesto a dejar a todos atrás, solo por verla sonreír y ser feliz. Amaba la compañía, las risas, los juegos y tonterías que podían hacer juntos. Se sentía libre con ella, sin presiones ni etiquetas, tan sencillo y único su cariño. Sus brazos la rodearon y cargaron, en un intento por sentir todavía más cerca de su cuerpo la escencia de su gemela, sus labios aún unidos disfrutaban del sabor a bombones y vainilla que sus besos tenían. Sus manos la sujetaron por los muslos y sus pasos se dirigieron a la habitación que desde hacía ya tiempo compartían.

Su pulgar yacía acariciando su mandíbula, sólo deteniéndose para sujetarle del cuello en cuando entró en contacto con su aliento, sentía que nadie más sería merecedor de dicha intimidad más que él, unificándose al deleitarse con el candor de su piel, de la suavidad de sus labios y sus carentes ganas de separarse, mantenía su cuerpo prensado a él, cada roce era una prueba del cariño que tenía resguardado y que había explotado en ese momento.

La sostenía de los muslos, manteniéndola cercana a su cuerpo. Ahí donde sus manos se apoyaban contra su piel sentía arder el lugar. Casi con timidez fue rozando sus labios, saboreando lo que tantas veces antes se imaginó y calló. Dulce, sorprendente eran dulces. La estrechó un poco más contra él.