No entendía su comportamiento, le frustraban sus secretos pero había prometido que le esperaría y estaría siempre para ella, era su amada Mostima a final de cuentas. — Acepto ~ — sentía que se había salido con la suya aunque en realidad todo se trataba del plan de Mostima en primer lugar. Metió un brazo y después el otro para ponerse la chamarra y se giró mirando de frente a la peliazul, sonriendo. — Me gusta que estes aqui. —
—No tengo hambre, pero te invito lo que quieras.— Esa era su dinámica, Mostima se comportaba como una cretina y debía hacer algo para ganarse el perdón divino de su ángel, lo cual para nada le molestaba, le gustaba consentirla. Sacó de su abrigo una paleta azul, la abrió y la colocó dentro de su boca, antes de tomar la chamarra de la pelirroja para ofrecérsela.
El color se le subió a la cara y se dió media vuelta no sin antes recuperar su álbum. — ¡Claro que no!. — Sabía perfectamente el efecto que eso podría tener en ella así que evitaría a toda costa otra reacción similar. — Vayamos a almorzar, tengo hambre. — ordenó, ni siquiera fue una petición, estaba avergonzada y Mostima debía compensar eso.
No pudo evitar ese golpe en su rostro ni con su capacidad de manipular el tiempo, inmediatamente llevó la mano derecha a su nariz, pero más que enfadarse soltó una risa más efusiva que la anterior. —¡Culpable! ¿Qué vas a hacer al respecto? ¿Pegarme más fuerte?— Un suave quejido que para nada era de dolor escapó de sus labios. —Eso sería más una recompensa que un castigo.
Se quedó en silencio por un momento, solo la miraba fijamente e incluso pareciera que estaba inflando ligeramente las mejillas en una especie de berrinche. Sin dar ninguna respuesta plantó el álbum en la cara de Mostima dando un fuerte golpe, aunque no era nada que la peliazul no pudiera soportar. — Eres una sinvergüenza — levantó el mentón y cruzó sus brazos. ¿Por qué no podía tener un poco más de tacto?. En realidad si lo hiciera, dejaría de ser ella y en el fondo disfrutaba esa extraña forma de ser que tenía.
Rió suavemente, consternar así a su amada era para ella un placer culposo. —¿Pero no se siente mejor cuando yo lo hago? ¿No has dejado que nadie lo cuide en mi ausencia, verdad?...— Dobles intenciones, con Mostima nunca se sabía de qué se hablaba exactamente.
Sacudió su cabeza y cerró de golpe el álbum de fotos que estaban viendo. — Yo puedo cuidarlo sola! — A este punto si algo sucedía entre ellas nuevamente, acabaría calva. (?)
