Mostima soltó una risita, cerrando por un instante uno de sus ojos. –Si. Es algo así como un jefe abusador.– La sonrisa enigmática y por igual impasible se mantuvo en sus labios. –Y cuando un ángel dice o hace algo que no le gusta, aunque sea por razones justas... Dios le pone unos de estos.– Alzó su mano derecha para señalar con el índice los cuernos que sobresalían entre su cabello azul.

Estaba bien, no era como si le intimidada la verdad. A veces no era algo de agrado pero él aprendió a aceptarla y nada mejor que un niño para aceptar las verdades del mundo.
-¿Lo hace por que es el jefe? - preguntó aquéllo ladeando la cabeza y mostrando incluso más curiosidad.
-¿Por que los ángeles no le dicen nada a Dios?-

–Estás en un error, los ángeles son justos. Pero la mayoría de las veces Dios aplica la justicia a su conveniencia.– Arqueó una de sus cejas mirando hacia abajo al crío. Mostima no era demasiado de suavizar las cosas y tampoco de hablarles a los niños como si fuesen idiotas. La verdad era más práctica que una mentira dulce.

Abrió la boquita impresionado por esa palabra nueva que había escuchado, luego negó una vez más. -Igual me da miedo!! Los Ángeles son buenos! - O eso entendía el pequeño de cinco años.

–Porque es un hijo de puta hipócrita.– La Sankta sonreía con una inmutable tranquilidad a pesar de sus palabras hostiles. –No es que sea malo, pero no te recomendaría confiar demasiado en El. ¿Has escuchado ese refrán que dice que pongas tus problemas en manos de Dios? Bueno, la realidad es que tiene hoyos en las manos y se le caen.

-Ese señor me asusta ¿Por que le haría eso a los ángeles?- El pequeño niño al oír el versículo no pudo evitar temerle a Dios, como si fuera un monstruo cruel.
Era inoscente y su primer pensamiento y sentimiento fué temerle a ese ser que desconocía y existía a base de la Fe de otros. -¿Es malo?-