El tema de Dios cómo Sankta resultaba algo delicado, Mostima la colocaba en una delgada línea entre lo que estaba bien y lo que estaba mal, no temia las consecuencias de sus actos pero un ser que no era bienvenido ni en el cielo ni en el infierno era un tema completamente distinto. De igual manera era su Mostima, había esperado por ella y esperaría cuánto fuera necesario, no le iba a dar la espalda jamás pues se involucran sentimientos realmente importantes. Depositó un beso corto sobre sus labios y apoyo sus manos en los hombros ajenos. — Si, si eso dijo. Deberías dejar de usar todas esas palabras a tu favor. — reprochó levantando una ceja, incluso mirándola con cierta complicidad.
—No, no lo tengo.— Cerró los ojos, disfrutando de la cercanía, de sentir sus labios dando roces sobre los propios con cada palabra que decía. —Pero no te preocupes por tu rebelde comportamiento, Sankta. ¿No dijo Dios, ámense los unos a los otros?— Mientras recitaba aquéllas palabras bíblicas acercó a la pelirroja a su cuerpo halándola al rodear su cintura con un brazo. Su clara blasfemia la habría anotado en la lista de los degradados más de una vez, pero eso ya no importaba demasiado.
Era tan impredecible que no logró reaccionar recibiendo el beso que la más alta le daba, suspiró, en realidad no opuso resistencia correspondiendo ese beso. Al separarse solamente sonrió y negó con su cabeza. —No tienes remedio, Mostima.
