— No me culpes, antes de ti, no había tratado con otro zorro. ¿Cómo iba a saber si soltaban pelos como los gatos o no?

Sonrió victorioso, y lleno de satisfacción, cuando encontró el punto débil de la muchacha. Su mano izquierda se dedicó única y exclusivamente a acariciarle el lomo, mientras la derecha tuvo por tarea acariciarle debajo del mentón.

— Creo que a estas alturas ya debería adoptarte como mascota.