– ¿Te sientes mejor ahora? –preguntó el pelilargo cuando el rugido del motor se apagó. Estacionó su majestuosa Harley afuera de unos edificios departamentales, la dirección que la nipona le había indicado. Perfiló el rostro para verla por encima de su hombro, dedicándole una sonrisa mientras despegaba ambas manos del manubrio para después dirigirlas a su cabeza, con la intención de quitarse el casco.
Primero le miró a los ojos, después descendió la mirada hacia su propio abdomen, sólo para darse cuenta de que aún no lo soltaba; seguía con ambos brazos ceñidos a él.