Mi lugar ya lo tengo. —Siguió apretando el glúteo con su mano humana, se satisfacía de ello, sentía su grosor expandirse, sus carnes apretarse, y ese pantalón ceñido arrugarse conforme la manoseaba. No fue hasta que su cachetada voló al aire, que la frenó con la mano robótica, interponiéndola en medio.— Tú ya eres mía, cállate.