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LB1534400 · F
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LB1534400 · F
Sus pasos le llevaron fuera del palacio, los guardias a su paso rendían una reverencia para ella, nada que le fuese poco familiar... Pese a esas reverencias sabía que su presencia no era del todo grata en Napoles. Sí, quería estar lejos de esa opresión, no es que le importase ser juzgada por pobres almas que jamás llegarían a su talón, ella era una Borgia no una simple Napolitana. Una vez la algarabía estuvo lejos de ellos, desvió su fino rostro hacía él, apreciándose una preciosa sonrisa en sus sonrosados labios.— ¿Se ha acordado de qué tiene una hija? —Soltó sin más, aunque no esperaba qué él pudiera responder a eso, después de todo no era más que un pensamiento en alto.— ¿Eres feliz, Micheletto? —Caminó más lento, deteniéndose al hallar la corteza de un árbol, uno de tantos en ese hermoso pasaje que marcaba el linde del palacio y el comienzo de un bosque fresco que con su rocío acariciaba sus tersas mejillas. Acarició la dura corteza, llegando a notarse un tanto de fuerza en ello pues sus uñas se tornaron blanquecinas por la presión, quizás un desfogue de coraje o desesperación.
LB1534400 · F
La luz del sol fue opacada por el brillo que nació en sus ojos ante la respuesta del pelirrojo, incluso una sonrisa aniñada se impregnó en sus labios como en aquellos años cuando era apenas una niña, el pequeño tesoro de los Borgia que eventualmente sería una moneda de cambio entre Líderes. — Entonces será feliz, sin enamorarse... Sin sufrir. —Miró a la distancia a un punto distante y perdido donde Paolo vino a su mente, despejándose al volver a su realidad.— Camina conmigo, Micheletto. No soporto las miradas sobre nosotros. —Cierto despotismo adornó sus vocablos, dando marcha a sus pasos por el pasillo donde eventualmente bajaría las escaleras, quería estar lejos del palacio, de ser posible huir de ahí aunque esto fuese imposible.
LB1534400 · F
Permaneció en silencio por unos segundos luego de escuchar las palabras de Micheletto, procesándolas y asimilándolas... Era el orden natural de las cosas, después de todo ella estaba ahí en Nápoles con su ahora segundo esposo, Alfonso.— ¿Crees que sea más hermosa que yo, Micheletto? —El hilo de su voz adquirió un tono más dulce e inocente, una inocencia que le había sido arrebatada años atrás por las manos de un sucio Sforza, pero aún así, un nimio destello de ésta llegaba a emerger. Se giró para encarar al de rojizas hebras, en sus ojos tan claros como las aguas que corrían por los palacios de Roma, se enfocó en él, sólo en él, era la única pizca que tenía de Roma ahora, ni su familia, ni su hijo... Sólo a ese asesino.
Miradas distantes les observaban, ya se había acostumbrado a eso, en Nápoles lejos de ser admirada por ser la señora, era juzgada por ser una Borgia.— ¿Crees qué él logre desposarse por amor? —Emitió lo último con sentimientos encontrados, no le importaba si él era sólo un sirviente de su hermano, más allá de eso, Micheletto era lo único que tenía ahora.
Miradas distantes les observaban, ya se había acostumbrado a eso, en Nápoles lejos de ser admirada por ser la señora, era juzgada por ser una Borgia.— ¿Crees qué él logre desposarse por amor? —Emitió lo último con sentimientos encontrados, no le importaba si él era sólo un sirviente de su hermano, más allá de eso, Micheletto era lo único que tenía ahora.
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A sus oídos llegó una voz conocida, haciéndole girar su cabeza apenas un tanto por encima de su hombro derecho para confirmar la presencia del sirviente de su hermano. Ipso facto una lánguida sonrisa nació de sus labios, brotando como una flor en primavera, dulce, amable, condescendiente.— Micheletto. —Murmuró apenas, volviendo la mirada al balcón donde se refugiaba en su soledad, Nápoles era hermoso... Pero vacío. Sin su familia, sin nada más que su "Marido" y los primos de éste que a decir verdad, no eran la mejor compañía, pero lo peor, estaba lejos de su hijo.— ¿Cómo está mi hermano? —La pregunta obligada, la que más necesitaba hacer.