Merikh

«¿Lo sientes, Fusilli?»

—Te sorprenderás en saber que no soy tan novata en estas cosas. No era necesario que vinieras.

«Pero si esto es el producto de tus acciones. Si quieres demostrar que sabes lo que estás haciendo... no arruines esto»

Dantalion no se equivocaba. Desde el momento en que Jenna había decidido participar, voluntariamente, en las actividades de la Asociación Alois no había parado de sentir que saltaba de prueba en prueba. Algunos saltos eran perfectos. En otros se tambaleaba. Y este salto tenía que ser perfecto. Esto era algo similar a una prueba de fuego. Todo lo que necesitaba hacer era regresar a la asociación con él de un estado de ánimo... bueno, cooperativo.

Lo cual implicaba que Jenna tenía que negociar.
Si es que ya se podía oler en el ambiente el desastre.

Dantalion iba perdido entre los rizos de su melena. El duque del Infierno había sido sellado en una minúscula lagartija por la nigromante Sabriel y aquella había decidido que su ayuda podría servir por si las cosas se le complicaban a la reencarnada. A Bane le parecía espléndido que varios ojos estuvieran sobre lo que iba a hacer ese día. Jenna disfrutaba de tener audiencias tanto en sus hazañas exitosas como sus desastres monumentales. Y era la incertidumbre del desenlance lo que la animaba a seguir el rastro de alguien más que había tenido una amena estadía en el Infierno.

Cuando los malditos regresaban siempre dejaban un rastro. Ese rastro, para los reencarnados, era una posible condena porque cuando una grieta del Infierno se abría y demonios escapaban ansiosos, lo primero que buscaban eran a esos malditos: los reencarnados. Sus presas predilectas. La sola idea de que ella estuviera siguiendo el rastro de Dábel modrý como si se tratara de una presa le causó gracia, ¿acaso habían visto su tamaño de conveniencia? Jenna era menuda con una melena que podía darle unos gratificantes centímetros extras de altura. Su aspecto no era intimidante.

Y capaz esa era su mejor arma.

Cuando Jenna se detuvo, Dantalion asomó su reptiliano rostro y sus ojos brillaron con entusiasmo.

—¿Crees que nos sintió cerca?

«¡Y cómo no! Ciertamente soy un demonio de calidad. Ve más rápido, ¿no sientes acaso cómo se está moviendo también?»

Así como había dicho el famoso Gimli del Señor de los Anillos: Muy peligrosos en las distancias cortas.

Menuda, enana —como quieras llamarla— pero también rápida.