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- Había pasado muchos años desde la última vez que había visto a su esposo. Años en que estuvo esperando y años en un duelo, acompañado por sus allegados, en especial sus subordinados. El tiempo curó sus heridas y poco a poco, Máximo tomó el puesto de Rey que tanto su país necesitaba.
Era un gran Rey, un Rey justo, honorable, con sus defectos pero muy amado por todos. Quien había resuelto conflictos políticos entre Iscandar y Gamilas, al punto de independizarse completamente de la Triple Alianza Planetaria. [...]
 
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Hubo periodos en los que creyó perder la cordura -y tal vez fue así- y otros en los que en realidad se sentía bastante bien. Tuvo la oportunidad de perfeccionar su magia, especialmente la de invocaciones y la nigromancia, así como el tiempo suficiente de incrementar su fortuna en distintas monedas y medios de canje universales. Pero a fin de cuentas, siempre acababa buscando espacios de soledad para acariciar la fotografía de sus difuntos hijos. Podía olvidar todo, olvidar a sus hermanos, a su madre, a su esposo, pero nunca era capaz de olvidar a sus hijos. No importaba qué sustancia psicotrópica se introdujera en el cuerpo, o qué hechizo para olvidar empleara; siempre aparecían en sus pensamientos, siempre lo atormentaban…
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