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- Había pasado muchos años desde la última vez que había visto a su esposo. Años en que estuvo esperando y años en un duelo, acompañado por sus allegados, en especial sus subordinados. El tiempo curó sus heridas y poco a poco, Máximo tomó el puesto de Rey que tanto su país necesitaba.
Era un gran Rey, un Rey justo, honorable, con sus defectos pero muy amado por todos. Quien había resuelto conflictos políticos entre Iscandar y Gamilas, al punto de independizarse completamente de la Triple Alianza Planetaria. [...]
 
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esa presencia llegara donde si. Su índice y medio de su mano izquierda sujetó su triangulo, estaba a nada de activar su arma, pero algo lo detuvo. Una voz familiar que no logró reconocer en un principio. ¿Si era un enemigo? Estaba seguro que si, a lo que cuando desprendió su arma de su collar, activó su modo hacha junto a un as de luz, pero, se detuvo tras ver esa silueta pequeña, casi olvidada por el Almirante, o más bien, la razón de su larga agonía por años. -

[c=#608FBF][i]¿Indra? [/i][/c]- Soltó su báculo apenas pronunció su nombre. Sus manos temblaban, ¿era real? ¿o era una ilusión? ¿las ruinas estaban provocando esto? Podría ser, pero... necesitaba estar seguro de que era una ilusión. Si estaban jugando con su mente, quería saberlo. - [c=#608FBF][i]Pensé que habías muerto... [/i][/c]
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Se había perdido, entre los desniveles y el camino no dibujado, su mala orientación le hizo adentrarse más en las ruinas. Estas eran bastante extensas y realmente se preguntaba que tanto había ocurrido allí.
Entre su caminar, se detuvo casi en seco al escuchar un sonido muy particular en la lejanía, uno que reconocía perfectamente por su trabajo, un portal. ¿Era un portal? Si, definitivamente lo era y eso, en el fondo le hizo ponerse en completa alerta pese a que por fuera se mostraba algo despreocupado. ¿Eran los Noize? ¿Damien? ¿Alguno de su escuadrón? Aunque estos últimos le parecía raro puesto que lo hubiese alertado su intercomunicador.

Tan pronto la abertura dejó de hacer ese sonido tan característico, pudo escuchar pasos, ramas y hojas siendo pisadas por alguien, ¿debía de atacar? ¿y si no era una amenaza? Algo tenía que hacer.

De su cuello colgaba Bardiche Assault, su fiel compañera a punto de ser llamada, pero esperó, fue paciente hasta que

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hacia atrás cuando una araña se asomó para hacer acto de presencia.
Su aracnofobia fue algo que no pudo evitar y tal y como entró al lugar, terminó saliendo dando un pequeño trote lento.
Odiaba esas cosas y más aún saber que dichos lares estaba lleno de semejantes aberraciones de la naturaleza. Podía tolerar cualquier insecto, pero las arañas, eso si que no.

Luego de ese acontecimiento ya no tenía deseos de recorrer nada. El saber que en ese mundo había arañas, le hizo perder total interés en pasear. No buscaba para nada ser visitado nuevamente por esos arácnidos, por lo que retomó su camino de regreso. No estaba lejos del predio del castillo, pero si era una caminata de unos largos minutos y no necesariamente en línea recta.

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- Su caminar por aquellos alrededores fueron bastante reconfortantes. Ver aquellos paisajes sin duda le habían llenado el alma, tanto por la antigüedad como todo lo que crecía a su alrededor y que, por obvias razones, eran ignoradas por el hombre de ese Planeta. Esos pequeños detalles que nadie le daba importancia, para el Folkeano era más que simples plantas; vida. Era vida bien cuidada, aislada de la humanidad y que de una forma rápida se expandió sin problema por los alrededores. Desde los escombros, pequeños vestigios de lo que alguna vez fueron muebles, hasta largos caminos de flores coloridas, sumado a ello alguno que otro charco inmenso semejante a lagos o agua estancada. Todo eso era fascinante.

Mediante se fue adentrando por lo que parecía ser parte del castillo en ruinas, pudo divisar viejos manuscritos desparramados por el suelo, sin embargo su curiosidad fue un arma de doble filo, ya que tras agacharse a tomar uno de los pergaminos, su mano se hizo rápido

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Quizás Máximo se había vuelto a casar, quizás ahora sería un anciano, tal vez lo odiaría por marcharse sin más… En otra época, esas cosas habrían preocupado al wurm; ahora, sin embargo, le eran totalmente irrelevantes. Que pasara lo que tenía que pasar, él sería directo, haría su petición y si esta no era acogida, se marcharía a otra persona que se ajustara a sus necesidades.

No tardó demasiado en llegar a las edificaciones, fue cuando escuchó unos pasos y, a una distancia moderada, vio el cabello rojizo del Rey.

[c=#2D8056]—Así que… te he encontrado.[/c] —No pudo evitar sonreír; una sonrisa genuina que no esperaba expresar y un pequeño dejo de nostálgica alegría que no esperaba sentir.
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Conjuró una puerta interdimencional y apareció lo más próximo que pudo de donde Máximo se hallaba. Como era un lugar desconocido para Indra, su puerta se abrió en un campo abierto, en un punto al azar de un planeta similar a la Tierra.

[i][c=#2D8056]“¿Aquí? ¿Aquí está Máximo?”[/c][/i] Pensó el albino, inspeccionando el lugar.
A lo lejos se veían unos edificios de apariencia antigua, decidió caminar hacia allá a paso sereno, preguntándose cómo estaría su esposo y, cosa no menor, si aún sería su esposo, pues desconocía cuánto tiempo había pasado desde su partida.
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El reloj terminó de vaciarse. Indra despertó. Había desatendido su cuerpo por algunos días en los que se había dedicado nada más que a viajar en su cuerpo astral, así que tenía hambre y sed. Omitió esas sensaciones físicas, por ahora tenía cosas más importantes que hacer… Una idea -como si de una verdad absoluta se tratase- se había apoderado de él. Ya sabía lo que tenía que hacer para acabar con su infelicidad.

[c=#2D8056]—¿Dónde estás, Máximo? [/c]—Habló para sí mismo con la voz algo áspera. No podía saber dónde estaba, pero podía sentir y si se concentraba lo suficiente, podría dar con su casi olvidado esposo. No iba a mentirse a sí mismo, ya no creía ser capaz de sentir amor por nadie, solo amor por sus recuerdos y por sí mismo, pero necesitaba del almirante.
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Hubo periodos en los que creyó perder la cordura -y tal vez fue así- y otros en los que en realidad se sentía bastante bien. Tuvo la oportunidad de perfeccionar su magia, especialmente la de invocaciones y la nigromancia, así como el tiempo suficiente de incrementar su fortuna en distintas monedas y medios de canje universales. Pero a fin de cuentas, siempre acababa buscando espacios de soledad para acariciar la fotografía de sus difuntos hijos. Podía olvidar todo, olvidar a sus hermanos, a su madre, a su esposo, pero nunca era capaz de olvidar a sus hijos. No importaba qué sustancia psicotrópica se introdujera en el cuerpo, o qué hechizo para olvidar empleara; siempre aparecían en sus pensamientos, siempre lo atormentaban…
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Un enorme reloj de arena se vaciaba lentamente, tan lentamente que Indra sentía que era capaz de contar los granos uno a uno. Su mente flotaba en múltiples direcciones, viajando, dejando su cuerpo dormido entre un campo de vegetación aromática en un planeta lejano.
Su alma yacía dividida, por propia voluntad, para explorar otras dimensiones y lugares a la vez, buscando, siempre buscando. ¿Qué estaba buscando? Ya no se acordaba.

Cuando había alcanzado la forma original de su especie, el Wurm, había conocido una presencia que le había prometido grandes cosas a cambio de sus servicios. Sin embargo, el tiempo pasó y nada acabó llenándolo. Su sed de riquezas, poder y admiración no fueron suficientes, porque nada era suficiente si su ser estaba vacío.
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Su estadía era grata, de momento no tuvo problemas para dialogar con los mandatarios de aquel país, sin embargo no tenía muchas libertades para caminar por los alrededores y menos con las pintas tan llamativas que ocupaba su traje elegante, pero como era una vieja costumbre, terminó huyendo de sus guardias reales y se adentró por las viejas edificaciones de la zona. Buscaba algo interesante para ver, ya que no tenía ese lujo de investigar por su cuenta los lares. ¿Encontrará algo que llamara su atención? -

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