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[Emperador VII Legion Equestris ]
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[code]Cavilante, la noble elfina reposó sus celestes contra la fisionomía tan evidentemente despreocupada de su contrario. La cólera en su rostro no se hizo espera, dentro de su pecho, aun sentía un remolino avispado, ubicado en su corazón, ¿y cómo no?, siempre que alguien violentará de modo tan hórrido y sin razón clara de ser a su prado, y no solo a él, sino también a sus habitantes, representaba un dolor punzante para su guardiana por haber fallado con su solemne encargo.

Adelantó su paso, aun montada altiva por encima del caballo; los trotes constantes que su errante equino arremetía contra el suelo se juraban gráciles, pese a ello y al cuidado con el cual actuaba, era inevitable no resquebrar el resto de hojas impolutas en el suelo con su andar. Tan solo a escasos pasos de él, Arwen pudo divisarlo de mejor manera <esto sin contar las túnicas y capuchas que cubrían casi por completo su efigie> y su vista decidida se posó directamente contra la del atacante externo.

Pese a sus actos, su espíritu. . .El espíritu de aquel arquero no denotaba corrupción, al menos, no tanta como para ser declarado un enemigo más del bosque.[/code] [code][i][c=#8F60BF]— Supongo que lo has hecho porque tenías hambre. . .Caminar por tres días y adentrarte a Ventorm es un logro que no todos llegan a adquirir. — [/c][/i][/code] [code]Murmuró con sutil quietud. Un suspiro hondo brotó de entre sus rosáceos a la par en que, lentamente, decidió apartar la capucha de su cabeza y así, permitir que sus hebras castañas, casi doradas, salieran a la luz. [/code]

[code][i][c=#8F60BF]— Mi nombre es Arwen Ralthay, guardiana y soberana de este bosque, Ventorm. Normalmente no permito que una infamia, como la que acabas de hacer, pase por alto. . .Pero. . .Sé bien que el hambre puede llevarte a cometer actos insolitos. Por hoy, permitiré que comas. — [/c][/i][/code] [code]Pese a que él se alejaba, con tanta sorna e ironía, el arconte simple y llanamente prefirió quedarse estática en su posición.
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[code]Afable viento parsimonioso de media tarde. Mesurado, calmo, quieto como ningún otro, reinando altivo en la inmensidad de aquel complejo arbóreo. A lo alto de la bóveda ancestral, sentado con gloria en su trono etéreo, el errante sol brindaba de calor la faceta impoluta de Midgard; arboles, flora y fauna, cobijados por su tierna caricia de cada mañana, iluminando con completa armonía hasta los recovecos más ocultos del prado centelleante, majestuoso paraje ávido de paz inescrutable.

El ritmo melifluo de las gotas de agua cayendo contra los sublimes manantiales que decoraban el perímetro inmarcesible del páramo, se mezclaban en perfecta sinfonía con los frotes constantes del aire puro contra las hojas y ramas de los árboles, propios del bosque sagrado en el cual se encontraban inmersos, refugiando el tesoro vivaz de los inmortales desde sus entrañas. Ornamentando desde la punta hasta la base frondosa de los abetos, pequeñas rosas multicolores yacían impregnadas en ellos, dotándolos de clara y errática vida, y la tenían, pese a no poder moverse a voluntad propia de su lugar fijado desde sus raíces.

El relinchar del equino, irrumpió de forma abrupta el dulce silencio que enaltecía al prado; su galopar se hacía acompañar por el crujir inminente de las frondas que a causa del paso ingrato del tiempo, habían caído desde su posición en lo alto, volviendo al suelo herbóreo su apacible hogar; aquellas hojas se partían en fragmentos diminutos debido al peso constante del corcel contra su frágil cuerpecillo. Dirigiendo la senda de su arduo camino, sobre el lomo del animal, claramente podía vislumbrarse la figura taciturna del jinete, mismo que preservaba su anatomía, cubriéndola con una capa de terciopelo azul, empero, su rostro. . .Aquella faceta casi angelical, se encontraba expuesta, a la vista clara de cualquier ser presente en ese lugar.

Sobre sus orbes, un par de estrellas luminosas, acendradas hasta los huesos denotaban clara altivez, mezclada con un deje total de calidez, el níveo puro de su piel tersa. . .Sí, no importaba la distancia desde la cual se le contemplase, aquella cutis podía sentirse suave, incluso al tacto de los mismos ojos, sus mejillas ligeramente enrojecidas de forma natural y sus labios, rosáceos, cual dos par de cerezas glorificaban el boceto pulcro de su rostro, creando verdadera limerencia en cualquiera que se atreviera a mirarla.

Abstraída, su psique, mancillada por el frágil dolor que sintió sobre su órgano vital, la obligó a girar de manera estrepitosa la cabeza. Pudo percibir algo, algo que no pertenecía al prado, una presencia extraña que había osado en mancillar el espíritu de dos o tres de sus habitantes. Tomó las riendas y se encaminó con su corcel hasta el lugar del fraudulento ilícito. Escondida entre la maleza, Arwen observó cavilante las acciones de aquel ser ajeno de manera total a ella [. . .] Ese arco, esas flechas, para nada le eran familiares, pero sin duda, había acaparado por completo su atención.[/code]

[code][i][c=#8F60BF]— Lo que acabas de hacer no tiene nombre. —[/c][/i][/code][code]Murmuró, refugiada tras las imponentes ramas de los árboles, dejando ver a penas las patas del equino, quieta, entre las sombras penumbrales creadas por las copas de los pinos.[/code] [code][i][c=#8F60BF] — ¿Cómo llegaste aquí? . .¿Quién eres tú? — [/c][/i][/code]
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