¿Wendigo? No, Hermano Medio: Croatano.
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JB1535635 · F
El bien y el mal convivían en armonía.
No existía algún ser que solo fuera colmado por una de estas. Para que hubiera luz debía haber oscuridad y viceversa. Ahí donde la cazadora parecía presta a aniquilar a la reencarnada por todo lo que había causado, también lo hacía movida por propios motivos que ningún eterno iría a entender. Todo se resumía en el egoísmo. El mismo que la movió a sacar otro par de dagas del cinto en su pierna. Brillantes. La misma se mantuvo en silencio, hasta que otra voz interrumpió el concierto de gruñidos y miradas de enojo.
—Egeria, ¿le diste en el corazón?
La voz era calmada y provenía de arriba. Allí, con un par de flechas listas para atacar a la criatura o la reencarnada se personificaba otra mujer. Su vista se mantenía fija en cada movimiento de la bestia, los dedos le picaban por atravesar su cabeza y que así dejara la presa de las cazadoras.
—Sus latidos no podrían ser más fuertes, Isis —respondió otra voz.
Al lado de Egeria, apareció otra muchacha casi tan menuda como la mismísima Jenna. Sus ojos brillaban y sus orejas eran puntiagudas, indiscutiblemente iguales a las de un lobo: «Cassiopeia es una muchacha capaz de tomar la forma de cualquier animal»—. La ha reclamado como suya —afirmó la cazadora con paciencia y diversión— y dice que tiene toda una manada por si se te ocurre atravesarle la cabeza, así que deja de apuntarlo. Si queremos romper el ciclo de Caín será mejor dejar que él se encargue y después volver.
Egeria bufó. Isis sopesó en la quietud sus opciones, finalmente decantándose por algo sencillo: mandarlos hacia donde sería más difícil que algún reencarnado y cómplice de la desmayada diera con ella, en la esperanza de que el sangrado hiciera algo más que debilitarla. Y disparó: una flecha hacia la espalda del lobo. La energía fluyó en la punta del proyectil para envolver al muchacho al mismo tiempo que Cassiopeia gruñía algo parecido a «¿¡Qué haces!?» ofendida porque la otra cazadora estuviera dañando a una bestia tan bonita como aquella. Cuando la energía cubrió cada pelo y garra, el portal succionó al par de desdichados. Un instante estaban ahí y al siguiente habían desaparecido.
—Sin un puñal en el corazón, no podemos romper el círculo, pero las cicatrices servirán como advertencia para los otros condenados. En el mejor de los casos, la hace jirones y tendremos que darle caza cuando vuelva a reencarnar.
—¿Y esta vez a dónde los has llevado? —preguntó una muy indignada Cassiopeia mientras que regresaba sus orejas a las comunes y humanas.
—Un bosque. Nuestros territorios suelen ser más difíciles de rastrear por si se les ocurre pedir ayuda. Vámonos, tenemos que decirle a Vedas de lo que ha pasado acá.
—¿Lo marcaste, Isis? —solo bastó una mirada hacia en dirección a la cazadora para confirmar sus sospechas.
Los bosques eran un verdadero problema, sí. Pero Jenna no registró aquello, porque cuando el portal los escupió tanto a la reencarnada como a la bestia, ella cayó como un peso muerto entre raíces y maleza. Sobre su pecho, Rose continuaba como un dije plateado y manchado, su azulado tono todavía no terminaba de reponerse. La magia de los portales fluía con la energía de cada reencarnado. Y la energía de Jenna estaba en números negativos, sin duda alguna.
No existía algún ser que solo fuera colmado por una de estas. Para que hubiera luz debía haber oscuridad y viceversa. Ahí donde la cazadora parecía presta a aniquilar a la reencarnada por todo lo que había causado, también lo hacía movida por propios motivos que ningún eterno iría a entender. Todo se resumía en el egoísmo. El mismo que la movió a sacar otro par de dagas del cinto en su pierna. Brillantes. La misma se mantuvo en silencio, hasta que otra voz interrumpió el concierto de gruñidos y miradas de enojo.
—Egeria, ¿le diste en el corazón?
La voz era calmada y provenía de arriba. Allí, con un par de flechas listas para atacar a la criatura o la reencarnada se personificaba otra mujer. Su vista se mantenía fija en cada movimiento de la bestia, los dedos le picaban por atravesar su cabeza y que así dejara la presa de las cazadoras.
—Sus latidos no podrían ser más fuertes, Isis —respondió otra voz.
Al lado de Egeria, apareció otra muchacha casi tan menuda como la mismísima Jenna. Sus ojos brillaban y sus orejas eran puntiagudas, indiscutiblemente iguales a las de un lobo: «Cassiopeia es una muchacha capaz de tomar la forma de cualquier animal»—. La ha reclamado como suya —afirmó la cazadora con paciencia y diversión— y dice que tiene toda una manada por si se te ocurre atravesarle la cabeza, así que deja de apuntarlo. Si queremos romper el ciclo de Caín será mejor dejar que él se encargue y después volver.
Egeria bufó. Isis sopesó en la quietud sus opciones, finalmente decantándose por algo sencillo: mandarlos hacia donde sería más difícil que algún reencarnado y cómplice de la desmayada diera con ella, en la esperanza de que el sangrado hiciera algo más que debilitarla. Y disparó: una flecha hacia la espalda del lobo. La energía fluyó en la punta del proyectil para envolver al muchacho al mismo tiempo que Cassiopeia gruñía algo parecido a «¿¡Qué haces!?» ofendida porque la otra cazadora estuviera dañando a una bestia tan bonita como aquella. Cuando la energía cubrió cada pelo y garra, el portal succionó al par de desdichados. Un instante estaban ahí y al siguiente habían desaparecido.
—Sin un puñal en el corazón, no podemos romper el círculo, pero las cicatrices servirán como advertencia para los otros condenados. En el mejor de los casos, la hace jirones y tendremos que darle caza cuando vuelva a reencarnar.
—¿Y esta vez a dónde los has llevado? —preguntó una muy indignada Cassiopeia mientras que regresaba sus orejas a las comunes y humanas.
—Un bosque. Nuestros territorios suelen ser más difíciles de rastrear por si se les ocurre pedir ayuda. Vámonos, tenemos que decirle a Vedas de lo que ha pasado acá.
—¿Lo marcaste, Isis? —solo bastó una mirada hacia en dirección a la cazadora para confirmar sus sospechas.
[...]
Los bosques eran un verdadero problema, sí. Pero Jenna no registró aquello, porque cuando el portal los escupió tanto a la reencarnada como a la bestia, ella cayó como un peso muerto entre raíces y maleza. Sobre su pecho, Rose continuaba como un dije plateado y manchado, su azulado tono todavía no terminaba de reponerse. La magia de los portales fluía con la energía de cada reencarnado. Y la energía de Jenna estaba en números negativos, sin duda alguna.