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— Ya los terminé, la primer semana.
La punta de su nariz se respingaba con el aroma de los Takoyakis; predomina el olor de la col en la mezcla, así como él agridulce toque de la salsa especial.
No tenía hambre pero sólo de oler se le abrió el apetito.
— No tendría esos pensamientos si ya me dejarân ir. ¿Para qué podría serles de utilidad? Sólo los hago gastar en enseres, ya ha dejado de parecer un secuestro y más unas vacaciones pagadas... Aún así...
A su mente vino su pequeño departamento, triste por el abandono, como si fuera un objeto vivo. Casi veía las ventanas llorar en forma de cortinas.
—... Quisiera volver. Ese espacio tiene algo de mí.
— ¿Por qué tengo la corazonada que una bola de billar no será tan contundente?
No obstante los círculos de personas malencaradas, evidentemente peligrosos, ella va muy tranquila al lado y paso de Majima, sabiendo bien de sobra que en su compañía tiene seguridad de salvaguarda.
Pero esto, ojo, no implica que baje la guardia.
— ¿Podemos? Ella está frustrada del poco espacio, temo que enferme de estrés.
Aunque la verdad es que su adorada gata se había adaptado ya al espacio. Es más, tiene su propio estante elevado donde subir a descansar o espiar desde privilegiada perspectiva.
(...)
— Nadie puede herirte a ti...
Majima era un personaje sorprendente ; cuando lo conoció ella estaba aterrada por haber sido capturada por un montón de personas que en seguida comprendió eran miembros de la mafia japonesa; todo por estar en el sitio inadecuado a la hora incorrecta. Una nefasta casualidad que involucró a su gata, quien se le escapó durante uno de los paseos nocturnos que solía dar en el barrio vecino. Confiada de que no habría riesgo alguno.
Miradas fugaces le permitían nutrir los detalles que le faltan sobre su imagen mental de Majima; a pesar de ser el de más temible aspecto, resultó ser el más sensato de todos aquellos criminales.
Lo cual a ella le sigue inquietando.
(...)
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1-10 of 12
MajimaGoro1578570 · 36-40, M
¡Ahh! Porque nunca lo has hecho. Jajajaja – Él sí lo había hecho antes para muy buenos resultados. La gente suele creer que están más apegados a sus dientes de lo que vendría siendo la realidad.
Mi trabajo es cuidarte, Sada-chan; no hacer preguntas. – Si a ella le parecía desagradable lo que acababa de escuchar, a Goro le sabía a cianuro bajo la lengua estar en la posición en la que estaba: con toda una vida por delante en manos de un imbécil que rara vez le daba la cara. – ¿Has considerado que quizá solo nos gusta pasar tiempo contigo? – Un poco de humor para abrir el paracaídas a su psiquis, que ya caía meteóricamente a un lugar más oscuro del que quería visitar.
La voz de la señora que preparaba los takoyaki lo terminó de rescatar. – Cuatro, por favor. Aparte me das un té y, ¿qué vas a querer, Sada-chan?
Mi trabajo es cuidarte, Sada-chan; no hacer preguntas. – Si a ella le parecía desagradable lo que acababa de escuchar, a Goro le sabía a cianuro bajo la lengua estar en la posición en la que estaba: con toda una vida por delante en manos de un imbécil que rara vez le daba la cara. – ¿Has considerado que quizá solo nos gusta pasar tiempo contigo? – Un poco de humor para abrir el paracaídas a su psiquis, que ya caía meteóricamente a un lugar más oscuro del que quería visitar.
La voz de la señora que preparaba los takoyaki lo terminó de rescatar. – Cuatro, por favor. Aparte me das un té y, ¿qué vas a querer, Sada-chan?
SadaAbe · 22-25, F
— Ya los terminé, la primer semana.
La punta de su nariz se respingaba con el aroma de los Takoyakis; predomina el olor de la col en la mezcla, así como él agridulce toque de la salsa especial.
No tenía hambre pero sólo de oler se le abrió el apetito.
— No tendría esos pensamientos si ya me dejarân ir. ¿Para qué podría serles de utilidad? Sólo los hago gastar en enseres, ya ha dejado de parecer un secuestro y más unas vacaciones pagadas... Aún así...
A su mente vino su pequeño departamento, triste por el abandono, como si fuera un objeto vivo. Casi veía las ventanas llorar en forma de cortinas.
—... Quisiera volver. Ese espacio tiene algo de mí.
SadaAbe · 22-25, F
— ¿Por qué tengo la corazonada que una bola de billar no será tan contundente?
No obstante los círculos de personas malencaradas, evidentemente peligrosos, ella va muy tranquila al lado y paso de Majima, sabiendo bien de sobra que en su compañía tiene seguridad de salvaguarda.
Pero esto, ojo, no implica que baje la guardia.
— ¿Podemos? Ella está frustrada del poco espacio, temo que enferme de estrés.
Aunque la verdad es que su adorada gata se había adaptado ya al espacio. Es más, tiene su propio estante elevado donde subir a descansar o espiar desde privilegiada perspectiva.
(...)
MajimaGoro1578570 · 36-40, M
Pasaremos por Poppo y tomamos algo para tu amiga peluda. De vez, compramos lo que te haga falta. ¿Ya terminaste los libros que pediste? – Se detuvo detrás de una pareja que hacía cola detrás de un afortunado civil recibiendo su orden de Takoyaki; el olor a fritura, mariscos y vegetales le erizó los vellos de la nuca. – Eso es un buen plan, Sada-chan. Si lo combeas con la bola de billar, serás imparable.
MajimaGoro1578570 · 36-40, M
Los locales tenían su conocimiento privilegiado de qué era un Yakuza y, entre las personas que inundaban la vena laboral de Tokyo siempre había uno que otro que sudaba frío y se sacaba sólo del camino que parecía tomar el Perro Loco de Shimano y su joven acompañante. Caminaba por el territorio de las familias indiscriminadamente, pues, al momento, su rango oficial en la familia estaba sellado bajo llave. – ¿Oh? ¿Has estado contemplando cómo herirme? El secreto está en pegar muy, muy fuerte en la cabeza. Una chica de tu tamaño debería utilizar algo fuerte que pueda mover con agilidad. Una bola de billar, por ejemplo.
SadaAbe · 22-25, F
(...)
Considerando que gracias a él, la niña de sus ojos, Habibi, sigue con vida. Es más, hasta un arenero y comida pudo conseguirle mientras sigue cautiva.
Hasta ese momento, a falta de familiares, la desaparición de Sada parecía haber sido pasada por alta; nadie reclamaba el paradero de la chica. Lo cual le trae un sentimiento agridulce.
Que, de hecho, se disipa pronto cuando escucha a Majima, riéndose.
— Puede enfermar, sería mejor que consigamos un sobre de comida húmeda. Eso le gusta más.
Era extraño ser así de agradable con alguien que indirectamente la tiene presa ; pero es que en realidad, con una vida tan rutinaria y solitaria como la suya, hasta estar secuestrada le es interesante.
— ¿Y si engordamos nosotros? Quizás siendo obesa sea más difícil que me suban a su camioneta, la próxima vez.
Considerando que gracias a él, la niña de sus ojos, Habibi, sigue con vida. Es más, hasta un arenero y comida pudo conseguirle mientras sigue cautiva.
Hasta ese momento, a falta de familiares, la desaparición de Sada parecía haber sido pasada por alta; nadie reclamaba el paradero de la chica. Lo cual le trae un sentimiento agridulce.
Que, de hecho, se disipa pronto cuando escucha a Majima, riéndose.
— Puede enfermar, sería mejor que consigamos un sobre de comida húmeda. Eso le gusta más.
Era extraño ser así de agradable con alguien que indirectamente la tiene presa ; pero es que en realidad, con una vida tan rutinaria y solitaria como la suya, hasta estar secuestrada le es interesante.
— ¿Y si engordamos nosotros? Quizás siendo obesa sea más difícil que me suban a su camioneta, la próxima vez.
SadaAbe · 22-25, F
— Nadie puede herirte a ti...
Majima era un personaje sorprendente ; cuando lo conoció ella estaba aterrada por haber sido capturada por un montón de personas que en seguida comprendió eran miembros de la mafia japonesa; todo por estar en el sitio inadecuado a la hora incorrecta. Una nefasta casualidad que involucró a su gata, quien se le escapó durante uno de los paseos nocturnos que solía dar en el barrio vecino. Confiada de que no habría riesgo alguno.
Miradas fugaces le permitían nutrir los detalles que le faltan sobre su imagen mental de Majima; a pesar de ser el de más temible aspecto, resultó ser el más sensato de todos aquellos criminales.
Lo cual a ella le sigue inquietando.
(...)
MajimaGoro1578570 · 36-40, M
El distintivo eco de sus pasos fue remplazado por el bullicio de una ciudad que dormía cuando los demás salían a trabajar. Una última calada a su cigarro y con destreza lo disparó con un golpe a la colilla hacia el pavimento, a medio quemar. Había caído una llovizna hace algún rato; la vio mientras cobraba el dinero que ahora pesaba en los bolsillos del saco. – Ahora solo te burlas de mí. Me hieres. – Con la mano derecha sobre el corazón, exagerando el dolor habitual que era infligido a él por los menores con su tajante sinceridad. – ¿Qué me dices de Habibi? ¿Cambiaría de parecer si le llevamos Takoyaki todos los días? Podría ser como el gato gordito de los americanos.
MajimaGoro1578570 · 36-40, M
A otros “soldados” le habría irritado haber quedado con el trabajo de cuidar a “una mocosa”, pero Goro tenía un tacto especial a la hora de tratar con los civiles. Era especialmente bueno con los niños, una vez estos superaban su apariencia. Un suspiro entremezclado con una risa adolorida exhalaba una efímera nube blanca de humo de cigarro. – Te daría mi apartamento si fuera más grande que el que ya tienes, Sada-chan. (...)
SadaAbe · 22-25, F
Entiende bien el mensaje: mejor no meter las narices. ¡Por tanta curiosidad que tengas!
Y aunque lamentó no saber lo sucedido, no le molestó en absoluto recibir una comida a cambio de una respuesta; estaba hambrienta desde hace rato, en la escuela no tuvo nada de tiempo para probar comida alguna.
— ¿Puedo saber cuándo me dejarán volver a casa? Habibi no está contenta en el cuarto que tenemos. Es... Horrible.
Aunque se quejó, a Gorō San, que nada de culpa tiene, por supuesto le sonrió, caminando obedientemente a su lado.
— Es extraño. De alguna forma Majima San me recuerda a un monje.
Y aunque lamentó no saber lo sucedido, no le molestó en absoluto recibir una comida a cambio de una respuesta; estaba hambrienta desde hace rato, en la escuela no tuvo nada de tiempo para probar comida alguna.
— ¿Puedo saber cuándo me dejarán volver a casa? Habibi no está contenta en el cuarto que tenemos. Es... Horrible.
Aunque se quejó, a Gorō San, que nada de culpa tiene, por supuesto le sonrió, caminando obedientemente a su lado.
— Es extraño. De alguna forma Majima San me recuerda a un monje.
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