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—Cuidado con lo que dices por aquí; ellos están siempre presentes de lo que sucede en este lugar.
 
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Rígidos sucesos habían adaptado a su cola de pescado a la tierra de los vivos. Ellos, en cambio, lo veían todo a través de sus ojos de medias lunas, dorados como manzanas de oro. Y, con ellos, contemplaron el caminar del intruso entre los bosques del olvido, sin reconocer que los intrusos eran ellos mismos.

Aun así hablaron con sus voces sagradas, con el candor de una tumba naciente de secreta fantasía. Le ofrendaron a sus pies sus ruegos, como un ave desollada por sus dientes, enunciándose así.

---Dinos, ¿eres un bufón hecho promesa? ¿Una soledad hecha regalo, ahora, para todos nosotros? ¿Quién eres? ¿Eres el digno para el hilar de la muerte y la vida?
¿Ahí pariría otro como él? ¿Cómo ellos? Quizá sus vástagos serían tan hermosos como llegaron a imaginar. Pero otro como ellos sería un desastre; una trifulca de la naturaleza. Un todo, un porqué.

Desviándose de sus reflexiones, vislumbraron el ojo de un edén genuino donde se abrían las filigranas de sutiles nacarados, de otro más frágil que ellos. Este amanecía en los campos del firmamento. Se encumbraba como una gloriosa aparición, ante ellos. Ante su silueta de poderosas escamas y de lengua bífida, pero, aunque ellos poseían esa forma, otra renació en su lugar. La del ser que habrían poseído hará muchas eras atrás.

El tritón, su caparazón, ya no nadaba entre podredumbre e inmundicia, ahora caminaba con pies descalzos; vestido de una oxidada armadura. Bosquejado entre pieles, entre amores, entre perdón y ruina. Y sus escamas yacían mudas entre escombros.
Ellos, como uno, deambulaban entre la negrura. Espesa, creciente, marchita.

Aguardaban por momentos esas ilusiones destinadas, que destellaban en el carmín de sus brumas. Brumas que cabalgaron entre sus dedos, como tiernos bosquejos de una idea, prestos al cambio, al comienzo. Al vacío. Porque la nieve de su infinito universo, de las amalgamas de su historia, de la más cruda de sus formas, se mecía en sus vientres de terciopelo y tafetán.

Una parte de ellos, ansiaba el vibrar en alto. Mudar piel o desfallecer para encontrar el paraíso que les había sido negado; reverdecerse, engrandecerse como un parásito. Y, una a una, en sus cuentas de corazón a corazón, también ansiaban comunicarse con Él en la más cruda de las confesiones. Otra vez.

Reflexionaban. Callaban.

Había tanto que revelar.

Tanto. Tanto. Tanto.
Mahdi · 100+, M
alguna anomalía que no perteneciera a ese averno. Un intruso de los mundos que atentase contra el orden natural y penitencia de los pecadores. Tiempo atrás ocurrió, ellos en forma de ángeles descendieron solo para desgarrar las almas y hacerlas dejar de existir sobre la faz de la existencia,
Mahdi · 100+, M
Sí apenas se miraba por debajo de su nariz aquella boca que hacía una mueca.
Entonces, volviéndose al recién llegado ofrece su mano.

—Tu lugar ahora pertenece con ellos, tu historia, vida y pecados ya han sido penitenciados desde incluso antes de tu llegada.

Aquél hombre golpea su mano en señal de protesta, que se aleje, no lo quiere. Y así fue como el moreno la acercó a su propio cuerpo. Y a media sonrisa le indicó al cielo. Una gigantesca esfera que al abrir los párpados reveló su ojo carmesí. El vigilante se encargaba de advertir cualquier intento de escape, y cuando se percataba la furia del cielo descendía en forma de rayo, fulminando al pecador, y aunque por más que desearan morir, era muy tarde.

—Todos están muertos, tu oportunidad la perdiste hace mucho tiempo ya.

El persa abandonaba entonces al recién llegado, adentrándose al inhóspito lugar. Caminó y caminó, quizá en busca de un alma que tuviera algo mejor para contar o encontrar
Mahdi · 100+, M
Inmenso páramo inhóspito, dónde la vida no florece y su tierra infértil es arada bajo los pies de los pecadores que deambulan entre sus lamentos, recordando quiénes fueron y gimiendo de dolor al no poder tener una segunda oportunidad de vivir.
Son ellos los infortunados, viviendo tantos años y habiendo sido capaces de lograr algo bueno fueron seducidos bajo la voz del diablo y ofreciéndose al placer de sus garras. Nada queda, nada gobierna bajo el muerto cielo que en su grisáceo lienzo anuncia una lluvia que jamás vendrá, manteniendo la falsa esperanza de algún día poder saciar su sed una vez más.
Los cuervos graznan, anunciando siempre la llegada de un nuevo habitante. Pero en su lugar, el llegado de un hombre encapuchado se alzaba a la vista. Con su bastón hecho de sauce. Tras de sí, una nueva alma era guiada, como cerdo rumbo al matadero, el nuevo pecador miraba asustado, esperanzado de poder hallar una salida.

—No hay Dios que te oiga aquí —Anunció el encapuchado hombre.

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