Conforme iba caminando, el extranjero se fue despojando de sus ropas y artículos, sólo se dejó una tela que rodeando su cintura funcionaba como un paño, y en su brazo izquierdo, mostrándose una incomodidad con el brazo mal vendado, pero lo suficiente como para no poder verse el mismo. Fue entonces al agua, nadando incluso hasta sumergirse para quitarse el pésimo aroma. Fue entonces hasta la orilla, recostando su cabeza sobre sus manos quiénes se apoyaban en la orilla misma.

—Así que... Querías un favor a cambio. ¿De qué puedo serle útil, señorita?