MagoAnonimo

—Señor mago misterioso... ¿Sigue vivo?— Pregunta a la habitación donde usualmente consulta el hechicero, pues no siente alguna presencia cercana en el lugar.

No sabía porqué, no sabría responderle en detalle ni tampoco definir con exactitud al mago esa sensación muy presente, quizás pesada, de nostalgia o temor cuando alguien cercano desaparece repentinamente, con desconocimiento si regresará algún día. Sea su juventud o inexperiencia lo que bloquea en Galeana su mente o sus ideas para contestarle inmediatamente, o como su ahora anfitrión lo merecería; al menos hace lo posible para dar una explicación al menos lógica. — Por que... No lo sé, señor mago misterioso. Este lugar se ha sentido muy vacío sin usted.

—Gracias... Pero no sé que es.— Su mal humor pasa cuando nota la cortesía del contrario mientras se preguntaba qué era lo que le ofrecía. Podrían ser líquidos, comida o incluso algún poder arcano que ha sido prohibido desde hace tiempo en la escuela donde cursa. Se levanta del rincón de autoridad para darle paso a él, y Galeana se sienta sobre sus talones en su lugar de siempre. —Lo extrañé señor. ¿Estuvo muy ocupado?

Cualquier persona podría asustarse con la presencia repentina -casi diabólica- del ser oscuro; pero no, ese no era el caso de la chica, quien permanecía cruzada de brazos y con un gesto de aparente disgusto a pesar de la buena disposición de la pregunta. —Hola.— Contestó el saludo en un tono casi robotico. —Señor mago misterioso, usted me hace enojarme. Vine a visitarlo y no lo encontré, desapareció muchos días.— Pero eso no era todo lo que tenía por decir, o preguntar... —Señor mago misterioso, ¿está mal visitarlo casi siempre?—

Pasaron los días, las noches; tal vez transcurrió una temporada estacional del que no se consigue pista con el paradero del mago anónimo. Galeana preguntó en las calles por él cuando sentía alguna persona cerca con el temor de que la tacharan de loca pero, si alguien le conocía, entonces todo cambiaría, ¡debería tener muchísima suerte!; y sólo así, todo lo demás habría valido la pena. Investigó y posteriormente buscó los lugares que frecuentaba: el bosque, su consultorio, las casas de algunas personas que conocía gracias al mago, las entradas del infierno donde aguardaba cerbero (???), pero todo eso fue un plan fallido.

Rendida por no encontrarlo, accedió a su consultorio sin preguntar y sin cita previa. Toma asiento sobre la tierra donde el ente frecuenta hacerlo, después se cruza de brazos, con la esperanza de que hoy aparezca si es que se tiene alguna probabilidad.

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— Por favor, gracias a ti por agregar. —

— Estoy bien, ¿y tu?. —

—¿Y qué es, señor mago misterioso?— Insistió, como no encuentra otra forma para preguntarle. Por miedo no creería que el mal que tiene debe ser tomado a la ligera.