De ser cualquier otra persona en su lugar, pensaría que ese muchacho era un verdadero imbécil; bravucón, altanero, presumido e incluso mediocre, sin aspiraciones en la vida. Debía ser un joven muy atormentado, reflexionó antes de emitir juicio alguno, preguntándose qué tanto habría pasado en su vida para que a tan corta edad viviera de esa forma.
El semblante del mayor se iba aseverando más con cada palabra. No lo conocía lo suficiente para retarlo o darle un sermón sobre lo importantes que eran los estudios para una vida... bastante mundana. No, el joven debía ser una persona demasiado inteligente e impetuoso si era tan pillo.
Serena era un caso totalmente diferente, a veces pensaba que era un caso perdido, pero no por ello podía pasar por alto su desempeño escolar. Sabía bien que el joven azabache no era la causa, pues esos malos hábitos ella los tuvo desde siempre. Quiso reír de imaginarlos, pero no podía consentir eso.
