Akiko usó sus habilidades para envenenar las flechas que usaba para asesinar, de ese modo, así fallará por un roce, el destino sería igual de letal que como si hubiera dado en el blanco. Akihiko usó su espada y trampas para cazarlos. Ahí, de frente y con la respiración entrecortada se dieron cuenta de los monstruos que habían sido y, con su padre de testigo, decidieron en absoluto silencio que no valía la pena amar a alguien que los usaba como entretenimiento. No necesitaban su favor. Fue Akiko – la más impulsiva de ambos – quien disparó contra el Emperador sin éxito y Akihiko fue quien saltó a defenderla cuando los guardias amenazaron con atacarla. Huyeron por el bosque sin esperanza de sobrevivir, seguros de que terminarían por ser encontrados; una cueva fue el refugio más seguro que pudieron divisar así que, con la respiración entrecortada, se decidieron a esperar que pasara lo peor. (...)