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MBa1572329 · F
Sus largos dedos abrieron el ejemplar en una página al azar. El libro olía a madera vieja, pese a no tener ningún componente de ese material, y tan pronto como terminó de colocar el tomo abierto sobre la mesa se dispuso a leer el contenido; irónicamente no fue eso lo que la atrapó. La pequeña foto en la esquina superior derecha habría pasado desapercibida si la fémina no tuviera la costumbre de prestar atención a los detalles, casi era una mancha por lo borrosa que estaba, empero, ella reconoció de inmediato el transporte atrapado en la imagen, así como el recuerdo del ayer que jamás abandonaría su mente. Fue ahí, en esa caravana, donde vivió el único feliz momento de su vida humana junto a un hombre llamado Jofranka. Al que Mercy personalmente gustaba llamar “Salvador”.
MBa1572329 · F
¡Pero qué sorpresa! Le tomó menos de medio minuto inspeccionar las portadas de los primeros tres libros y acariciarlos, cual si les diera el cariño digno de una bienvenida a un nuevo hogar, cuando su mirada escarlata reparó en el cuarto ejemplar que en letras doradas parecía anunciar el camino de Mercy a la senda del recuerdo: Historia y costumbres de los gitanos. La fémina se mordió el labio inferior sin cuidado, clavando un poco la punta de su colmillo superior derecho en éste, ¿cómo podía ser que después de tanto tiempo el pasado llegara hasta ella?
Jamás le había contado a sus hermanas sobre su pasado ni sobre todo lo que tuvo que sufrir cuando su humanidad era latente. Le daba vergüenza, esa no era la actual Mercy, su yo del pasado había sido débil, ingenua, tonta… Odiaba cada recuerdo de antes con excepción del que le traía ese libro, con excepción de ellos, los gitanos.
Jamás le había contado a sus hermanas sobre su pasado ni sobre todo lo que tuvo que sufrir cuando su humanidad era latente. Le daba vergüenza, esa no era la actual Mercy, su yo del pasado había sido débil, ingenua, tonta… Odiaba cada recuerdo de antes con excepción del que le traía ese libro, con excepción de ellos, los gitanos.
MBa1572329 · F
Nada deleitaba más la eternidad de Mercy que los libros y su colección privada de los mismos; los había de todo tipo: grandes, chicos, de pasta dura o blanda, con dibujos, fotografías o sin ellas. Por ello, cada vez que Luna se desplazaba de territorio a territorio le traía a Mer ejemplares nuevos del tema que fuera, pues conocía los gustos variados de la diplomática.
Sobre la mesa redonda que usaban para sus reuniones, se encontraba una pila de tomos y, encima, un moño negro yacía, indicando su procedencia y el hecho de que era un presente nuevo. Mercy sonrió apenas, con la emoción reflejada únicamente en su mirar, y se dedicó a tirar de la ostentosa silla adornada con piedras preciosas a lo largo del respaldo, dejando así libre el asiento forrado en terciopelo negro para poder ocuparlo.
Sobre la mesa redonda que usaban para sus reuniones, se encontraba una pila de tomos y, encima, un moño negro yacía, indicando su procedencia y el hecho de que era un presente nuevo. Mercy sonrió apenas, con la emoción reflejada únicamente en su mirar, y se dedicó a tirar de la ostentosa silla adornada con piedras preciosas a lo largo del respaldo, dejando así libre el asiento forrado en terciopelo negro para poder ocuparlo.
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